Così fan tutte es una fábula consistente en lo siguiente: dos jóvenes, Ferrando y Guglielmo, se niegan a aceptar la tesis que sostiene Don Alfonso, a saber: que Dorabella y Fiordiligi, de las que ambos están enamorados, pueden serles infieles pese a las virtudes que ellos les suponen y a las cualidades, únicas, portentosas, que ellos se atribuyen como para tenerlas enamoradas de por vida (hasta el punto de imaginar que les será posible continuar su vida disoluta y libertina). ¿Quién tiene la razón de antemano, Don Alfonso o los enamorados? Hagamos la prueba y apostemos; la realidad decidirá, dicen los contrincantes. Porque la vida -no se olvide- es prueba de realidad. La realidad, lo que es, es el supremo juez que dará la razón a Don Alfonso o a ellos.
Don Alfonso diseña un experimento que hará ver, sin ningún género de duda, a los empecinados Ferrando y Guglielmo que están en el error. Y que una vez que, evidenciado el error, acepten la realidad tal cual es, paguen la apuesta y vivan alegremente (ellos y ellas). Porque la aceptación de la realidad que les propone Don Alfonso, frustrante respecto de la fantasía previamente construida por los amantes, no conlleva de manera ineludible la infelicidad. También en la realidad hay manera de pasarlo bien, y eso es una lección más que tienen que aprender.
Pero, ¿y ellas? ¿Qué idea tienen ellas de sus enamorados y de ellas mismas? Inimaginable que ellas les pudieran ser infieles; inimaginable que se lo fueran ellas. Y aquí llega Despina, maestra como Don Alfonso en la detección de la realidad de la vida, para hacerles ver que no saben nada de la misma. Tachándolas de ignorantes e ingenuas, les advierte «¡que estamos en la tierra, no en el cielo!«.
¿De qué tesis se trata, pues, en primera y última instancia en Così fan tutte? De que en la vida, cualquiera que sea la faceta que se considere, en este caso la de la relación amorosa hombre/mujer, no se debe confundir el deseo con la realidad. De no hacerse así sobreviene la frustración y la infelicidad. Por el contrario, si se acepta la vida tal cual es, aunque de entrada contraríe nuestro deseo, se la puede utilizar luego de manera que vivamos contentos, que es de lo que se trata. Reparemos en esto: La scuola degli amanti es el subtítulo de esta ópera. El amor y el amar es una faceta más de la vida humana, pero de tal importancia que trasciende los límites de la estricta relación amorosa para invadir cosas tales como el ser de la mujer y del hombre, la moral de una y otro, el imperativo, falaz, de las normas, la posibilidad, por tanto, de eludirlas y muchas cosas más. Così fan tutte es, pues, mucho más que una comedia de enredo.Es una representación fabulada de la oposición entre la vida fantaseada, es decir, imaginada conforme al deseo, y la vida real. Precisamente el riesgo de la comedia -sobre ello volveré más tarde-, en este caso, además, fábula, es suponerla ajena a la vida real, un cuento, para decirlo en pocas palabras, y no como lo que es: una construcción ejemplarizada, simbólica, de una faceta de la vida real. Pero también es la forma de enseñarnos que en la realidad tal cual es se puede amar, porque, «Amor, cos’è / piacer, comodo, gusto, / gioia, divertimento… / non è più amore / se incomodo diventa, se invece di piacer nuoce e tormenta«.
Ésta es la tesis básica de esta prodigiosa ópera, a la que Lorenzo da Ponte pone letra y Mozart música y de la cual diremos algo de lo mucho que hay que decir. Don Alfonso y Despina, experimentados maestros de la vida, representan el «principio de realidad», que se formula de esta manera tan sencilla: las cosas son como son. Para las dos parejas de amantes, que rechazan la tesis de sus maestros, las cosas son como imaginamos que son: ésa es la formulación del «principio de placer», porque a la satisfacción de nuestros deseos, que están en la imaginación de todos los humanos, lo que se opone es la realidad. Apenas hay que decirlo: el principio de realidad es la verdad; el principio del placer, el error. La frase de Despina antes citada es una metáfora de esta obra: bajemos de la fantasía a la realidad, porque ésta se opone a la satisfacción de nuestros deseos. ¿De qué modo, entonces, actuar para lograr la máxima satisfacción de nuestros deseos?
Esta ópera ha sido calificada de disoluta (Cyrill Connolly), y lo es, si por disoluta se entiende no aceptar lo que hay de ficción en el carácter inmutable que se le confiere a las normas que rigen para el amor, para las mujeres, para los hombres… Pero nada más incierto que la inmutabilidad de las normas. En la vida caben tanto unas determinadas normas cuanto las contrarias, y es cuestión de elegir aquellas que posibiliten la satisfacción de nuestros deseos. La teoría que se deduce de esta fábula es que lo real, es decir, la vida, no es moral o inmoral, sino amoral, como todo lo que es, como todo lo que existe. Ni Don Alfonso es un Mefistófeles ni Despina una alcahueta, porque no son inductores del mal. Son dos expertos conocedores de la vida, maestros en el arte de vivir lo mejor posible en la vida que encontraron. Partiendo de esta tesis, esta ópera enseña cómo las cosas son, sin que a ello se oponga el que puedan ser de manera distinta. Me parece que Connolly es un moralista, pero no sabe qué es la realidad.
Una cuestión interesante, aunque parcial, es la siguiente: se diría que en Così fan tutte se trata de que los enamorados, tan frescos ellos, reciban su lección, y de engañadores pasen a engañados. Y que también ellas, las enamoradas, reciban otra: de inocentes pasen a ser vivas y despiertas, y de engañadas a engañadoras. Pero esto es sólo una consecuencia, porque, una vez aceptada la realidad de que cada cual -ellas y ellos- puede asumir otras normas en las que no rija el engaño, la relación entre ellos se ha de sustentar en la claridad, y podrán amar aceptándose recíprocamente tal cual ellos y ellas son. A partir de entonces, gracias a la sinceridad, no hay necesidad de más experimentos y pruebas: «te lo credo / ma la prova far non vo«. Por tanto, la lección que los cuatro reciben es doble: por una parte, dejan de estar engañados respecto de los otros u otras; pero, además, dejan de estar engañados, tanto ellos y ellas, respecto de sí mismos. Così fan tutte es una fábula en la que se nos enseña a evitar la mentira sobre los demás y desde luego sobre uno mismo, y nos propone, en contrapartida, la aceptación alegre de la verdad sobre los demás y sobre cada uno de nosotros. Y aún más: sin que ello suponga escándalo ni dé lugar, al fin, a la infelicidad, sino todo lo contrario.
En una sociedad en la que las normas son impuestas con carácter de inmutables, postular su transgresión o su mera sustitución por otras no está exento de riesgos, salvo que parezca broma. Pero la broma no es mentira. Lo decía Shakespeare: en broma se dice todo aquello que sería imposible decir en serio. En Così fan tutte aparecen ellos y ellas como ignorantes que tienen que aprender de sus maestros y de su experiencia vital. Pero no lo olvidemos: ellos no están viviendo, están representando. ¿Para quién? No hay duda alguna: para nosotros, es decir, para los entes reales, vivos, que, sentados, estamos oyendo y viendo Così fan tutte y hemos de aprender de lo representado. Por eso he calificado en otro momento esta ópera de «pedagógica», como de hecho es toda fábula. Aunque divertida, Così fan tutte debemos tomarla como una lección.
Los hombres precisamos aprender muy bien a desenvolvernos en la realidad (con los otros, con las otras) porque hay tareas, como por ejemplo la de amar y ser amado, en la que nos va la vida; con otras pero muy simples palabras, la posibilidad de ser feliz o desgraciado. A este respecto, hay dos formas de aprendizaje: o mediante el escarmiento, es decir, fracasando en la realidad y extrayendo luego las conclusiones pertinente que eviten sufrimientos ulteriores, o mediante el consejo («Del viejo, el consejo«, dice el proverbio). Pues bien, una fábula es un cuento, y su moraleja es el consejo sobre cómo hacer y cómo no hacer en la vida para vivirla lo mejor posible.
Sin embargo, la suficiencia estúpida del ser humano es de tal naturaleza que ni aprende del escarmiento ni del consejo. Por eso yerra constantemente, hasta el fin de sus días, abocado las más de las veces a la infelicidad y la desgracia por su obstinación en el error. Éste es el sino de los humanos, de manera que no es de extrañar que nosotros, espectadores y oidores de esta ópera, en vez de aprender nos limitemos a gozar de su música y del enredo, y no aprendamos la lección. He hablado antes del riesgo de que de la fábula no se extraiga enseñanza alguna. Ello se debe a que, a diferencia de lo que ocurre en la tragedia, en la comedia no hay lugar para la catarsis. ¿Es que no es posible aprender deleitándose? No, no parece posible. Porque lo cierto es que ese proceso de identificación del espectador con lo representado en la escena que tiene lugar en la tragedia, incluso en el drama, no ocurre en la comedia, a la que asistimos alegremente sin más, haciendo a modo de un paréntesis en nuestra vida. Como si lo representado fuera ajeno a la problemática existencia humana, como si se nos ofreciera para divertirnos por sólo unos momentos y olvidarnos después. Un error.*
*Carlos Castilla del Pino, Così fan tutte o El mundo es así.
Fuente: texto e imágenes volcados de mi blog IlBuonarroto1475.