Manifiesto inaugural de la primera velada dadá /// Hugo Ball (1916)

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Hugo Ball (1924-1927) / Fuente: Schweizerische Nationalbibliothek NB

Dadá es un nuevo estilo artístico. Se nota en que hasta la fecha nadie conocía y mañana todo Zúrich hablará de él. Dadá procede del diccionario. Es terriblemente sencillo. En francés significa «caballito de madera». En alemán: «¡adiós, fin de trayecto, hasta que nos volvamos a ver!». En rumano: «sí, efectivamente, tiene razón, así es, claro que sí, de verdad, de acuerdo». Etcétera. Una palabra internacional. Sólo una palabra y la palabra como movimiento. Es terriblemente sencillo. Cuando a partir de ello se crea un estilo artístico ha de significar que se quiere evitar toda complicación. Dadá psicología, dadá literatura, dadá burguesía y vosotros, muy respetados poetas, que siempre habéis hecho poesía con palabras, pero nunca habéis poetizado la palabra misma. Dadá Guerra Mundial sin fin, dadá revolución sin principio. Dadá vosotros, amigos y poetas como yo, evangelistas sumos. Dadá Tzara, dadá Huelsenbeck, dadá m’ dadá, dadá mhm’ dadá, dadá Hue, dadá Tza.

¿Cómo se alcanza la bienaventuranza? Diciendo dadá. ¿Cómo se adquiere fama? Diciendo dadá. Con ademán noble y refinadas maneras. Hasta la locura, hasta perder el sentido. ¿Cómo se puede desmontar todo lo escurridizo y lo periodístico, todo lo agradable y lo pulcro, todo lo moralizado, embrutecido, afectado? Diciendo dadá. Dadá es el alma universal, dadá es la sensación del momento, dadá es el mejor jabón de leche de azucena del mundo. Dadá señor Rubiner, dadá señor Korrodi, dadá señor Anastasius Lilinstein.

Significa en suma: valorar la hospitalidad de Suiza por encima de todo y considerar que la clave de lo estético es la norma. Recito versos que aspiran nada más y nada menos que a renunciar a la lengua. Dadá Johann Fuchsgang Goethe. Dadá Stendhal. Dadá Buda, Dalai Lama, dadá m’ dadá, dadá m’ dadá, dadá mhm’ dadá. Afecta al contacto, que en principio queda algo interrumpido. No quiero palabras que otros hayan inventado. Todas las palabras las han inventado otros. Quiero zascandilear por mi cuenta con las vocales y las consonantes que me convengan. Si una vibración mide siete varas, quiero palabras que, consecuentemente, midan siete varas. Las palabras del señor Schulze sólo miden dos centímetros y medio.

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Hermann Hesse, Emmy Hennings y Hugo Ball en 1921 / Fuente: The Red List

Así se podrá apreciar bien cómo surge el lenguaje articulado. Simplemente dejo salir los sonidos. Las palabras surgen, hombros de palabras; piernas, brazos, manos de palabras. Au, oi, u. No hay que dejar que salgan demasiadas palabras. Un verso es la ocasión de manejarse sin palabras y sin la lengua lo máximo posible. Esta maldita lengua, pegada a la suciedad como en manos de cambistas que han sobado las monedas. Quiero tener la palabra, donde acaba y donde empieza. Cualquier cosa tiene su palabra; la misma palabra se ha convertido en cosa. ¿Por qué no se va a poder llamar Pluplusch al árbol y Pluplusch cuando ha llovido? ¿Y, en realidad, por qué ha de llamarse de alguna manera? ¿Es que tenemos que meter nuestra boca en todas partes? La palabra, la palabra, el malestar en este punto precisamente, la palabra, señores míos, es un asunto público de primer orden.

Zúrich, 14 de julio de 1916

 

Cit. Hugo Ball, La huida del tiempo (un diario)trad. Roberto Bravo de la Varga, Barcelona, Acantilado, 2005, pp. 371-373.

Hugo Ball /// Interpretación(es)

Hugo Ball en el Cabaret Voltaire de Zürich en 1916 / ©Fondation Arp (Clamart)

Hugo Ball en el Cabaret Voltaire de Zürich en 1916 / ©Fondation Arp (Clamart)

«[…] He intentado encontrar puntos de vista para elaborar una crítica de la ideología alemana. Sé que no soy el primero en hacerlo. He propuesto a la inteligencia alemana efectuar una revisión de sus héroes y he mostrado en la construcción del pensamiento alemán la filiación corrompida y pragmática estatal de orientación protestante, cuyos principales representantes fueron Lutero, Hegel y Bismarck. Aún quisiera resaltar que lo que yo llamé anticristiano, blasfemo y puesto al servicio de Satán es la conexión de la religión y el Estado, el sancionamiento divino de la autocracia, la materialización de Dios y de la idea, la administración de las ideas por medio de una salvaje autoridad estatal y el afán de crear militarmente el reino de Dios sobre la tierra. El protestantismo es una doctrina errónea, una doctrina errónea del catolicismo que se ha establecido sobre la tierra. Dios y la libertad no pueden ser materializados. Son ideales, mientras que el Estado es un estado y una casualidad susceptible de ser penetrada por la idea divina y no al contrario.

»Una integración de la crítica del sistema teocrático de las potencias centrales daría como resultado que la cuestión de culpabilidad se dirigiera en última instancia hacia el pontificado, considerado como el último refugio de los sistemas de tutela militar basados en la consagración y representación divina. Esas mismas potencias centrales fueron las que aparecieron como defensoras de los bienes más santos de Europa, precisamente en la hora en que sonaba su derrota, confundiendo cone llo la conciencia del mundo e intentando engañarle, a pesar de todas las infamias que gritaban al cielo. Veo el futuro de los espíritus alemanes libres en la solidaridad del espíritu europeo frente a la aspiración teocrática de esa metafísica del Estado por medio de la cual se quiere administrar no sólo los problemas económicos, sino también los intelectuales. La administración económica es una federación de pueblos libres, mientras que la administración intelectual se ha de dejar en manos de una Iglesia compuesta por individuos libres. Una naturaleza productiva internacional y una unidad moral del mundo y de la humanidad sólo serán posibles cuando el Estado protestante-católico de Dios y de los déspotas haya perdido sus puntos de apoyo económicos, abocando a un estado financiero infructífero, así como sus puntos de apoyo teológicos representados por el inevitable pontificado absolutista.

Hugo Ball y Emmy Hennings (1916-17) / ©Fondation Jean Arp

Emmy Hennings con Hugo Ball (1916-1917) / ©Fondation Arp

»Entonces el Estado se desmonorará bajo la carga de todos los delitos cometidos en esta guerra. Pero la Iglesia democrática de la inteligencia quedará constituida por una sintaxis de derechos divinos y humanos libres, a la que se traspasará la administración de los santuarios y de las conciencias.»

 

Hugo Ball, Crítica de la inteligencia alemana, Madrid, Capitán Swing, 2013 (1919), pp. 301-302.

Un álbum dadá /// Hannah Höch

Para el arte del collage es imprescindible el don de hallar imágenes nuevas en las ya existentes. Tomando este eje como punto de partida, la editorial barcelonesa Gustavo Gili nos obsequia con la reedición del Álbum ilustrado de Hannah Höch (1889-1978). Un engendro que bebe mucho de esa fuente creativa de la entonces nueva expresión gráfica de la modernidad más vertiginosa, esa fuente de donde parece emanar la comunión de todos los elementos de la realidad cotidiana para transmutarlos en objetos artísticos. 

Confeccionado en 1945, poco después de la Segunda Guerra Mundial, a este libro Hannah Höch le añadió distintos materiales, como fibras de colores, al no poder reconstruir gráficamente los mismos como hubiera querido debido a que los sistemas de impresión a color, por la época, eran precarios o inexistentes. Sus montajes se caracterizan por la inserción dura y radical de los perfiles, líneas de corte deliberadamente forzadas que, sin embargo, las fibras consiguen atenuar e incluso en ocasiones enmascarar. En el Álbum ilustrado desfila un mundo fantástico compuesto por seres animales extraordinarios vestidos con los más peculiares aspectos, un cosmos fantástico plagado de exotismo, colorismo y vivacidad. A este fabuloso imaginario le acompaña un corpus de breves e ingeniosas rimas que la propia Höch ideó; sugieren historias que recuerdan a la obra de Ringelnatz o Morgenstern, y, sin embargo, supo darles nombres propios a sus singulares protagonistas, inventados, tales como Insatisfecto, Doña Prisas, Hombregrís o Santavolanta. Es en definitiva, la recreación de un sueño especial desarrollado en un jardín por el que uno va topándose con seres hibridados de mil formas distintas, en ocasiones irreconocibles, a veces maravillosos, rodeados de una flora y una fauna complementaria que remite a la tradición de los cuentos de hadas.

 

Hannah Höch, mujer artista formada en Berlín en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, conoció de primera mano a artistas dispares gracias a la mediación de Raoul Hausmann, con quien mantuvo una fructífera relación de siete años. De ese modo, conoció Der Sturm (de Herwarth Waldens), a los futuristas, tuvo cierta relación con el círculo de Franz Jung (Georg Schrimpf, Maria Uhden, Richard Öhring), y desde allí entró en el movimiento dadaísta, en esa facción que utilizó el fotomontaje como elemento vehicular de expresión. Como ella misma cuenta, el movimiento Dadá en Berlín había adoptado una postura más político-nihilista que en el resto de lugares de toda Europa y Norteamérica; incluso la burguesía intelectual aprovechó cada uno de los provocativos envites del movimiento como válvulas de escape. Comenzó el dadaísmo, y con él las veladas artísticas, las matinés y las exposiciones, eventos que alarmaron a la prensa. Corría el año 1918 y Europa parecía liberarse del yugo de la guerra. Desde 1919 y hasta 1933 Hannah Höch participó en multitud de eventos y exposiciones; de hecho fue una persona de gran presencia intelectual en su círculo de amigos, literatos y artistas. Todo pareció dar un giro salvaje cuando Hitler llamó a las hordas nacionalsocialistas y se apoderó de lo poco que de humanidad quedaba. Ella también se hizo eco de esta situación y en un artículo de 1958 su voz sonaba así de estruendosa: “Para mí sólo cabía una salida: salvar los restos de una época creativa, mi trabajo y lo que quedaba de una biblioteca contemporánea […] Continúo trabajando con tenacidad y no puedo estar sino agradecida de tener un jardín en el que crecen muchas, muchas flores”.

 

Hannah Höch, Álbum ilustrado, Barcelona, Gustavo Gili, 2012.
Artículo publicado en la revista Culturamas (23 abril 2012)