La filial del Infierno en la tierra /// Joseph Roth (1934)

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Joseph Roth / Archivo Breitenbach

Desde hace diecisiete meses estamos acostumbrados a que en Alemania se derrame más sangre que la tinta que utilizan los periódicos para informar al respecto. Probablemente el jefe supremo de la tinta alemana, el ministro Goebbels, tiene más cadáveres sobre su conciencia —si la tuviera— que periodistas sumisos dispuestos a silenciar todos esos muertos. Porque es sabido que la prensa alemana ya no se dedica a publicar lo que ocurre, sino a ocultarlo; ni se limita a difundir mentiras, sino que también las inventa; ni a engañar al mundo —los miserables restos del mundo que todavía tiene una opinión propia—, sino también a imponerle noticias falsas con una ingenuidad apabullante. Nunca, desde que en esta tierra empezó a derramarse sangre, ha existido un asesino que haya lavado sus manos manchadas de sangre en tal cantidad de tinta. Nunca, desde que en este mundo se miente, ha tenido un mentiroso tantos altavoces a su disposición. Nunca, desde que en este mundo se perpetró la primera traición, se han visto tantas disputas entre traidores. Y, por desgracia, nunca como hoy la parte del mundo que no se ha hundido aún en las tinieblas de la dictadura se ha visto tan cegada por el infernal resplandor de las mentiras, ni tan ensordecida y abrumada por el ruido de las mismas. Desde hace siglos estamos acostumbrados a que las mentiras circulen con sigilo. Sin embargo, el monumental invento de las dictaduras modernas es haber creado las mentiras atronadoras, partiendo del acertado supuesto psicológico de que los individuos darán crédito a los gritos cuando duden del discurso. Por más que la mentira tenga, según dicen, patas muy cortas, desde la aparición del Tercer Reich, ha recorrido un buen trecho. Ya no le pisa los talones a la verdad, sino que corre delante de ella. Si algún mérito hay que reconocerle a Goebbels es haber logrado que la verdad oficial cojee igual que él. Ha prestado su deforme horma a la verdad alemana oficial. Que el primer ministro alemán de propaganda cojee no es un accidente, sino una broma intencionada de la historia.

Sin embargo, pocos periodistas extranjeros han advertido de esta sofisticada ocurrencia por parte de la historia mundial. Sería un error suponer que los periodistas de Inglaterra, Estados Unidos, Francia, etcétera, no han sucumbido a los oradores mentirosos y vociferantes de Alemania. También los periodistas son hijos de su tiempo. Es una ilusión creer que el mundo tiene una idea exacta del Tercer Reich. El reportero, que ha jurado atenerse a los hechos, se inclina reverente ante los hechos consumados como ante un ídolo, esos hechos consumados que reconocen incluso políticos y gobernantes, monarcas y sabios, filósofos, profesores y artistas. Hace sólo diez años, un asesinato, sin importar dónde o quién lo cometiera, se habría considerado un horror para el mundo. Desde los tiempos de Caín, la sangre inocente, que clama al cielo, ha encontrado también eco en la tierra. Incluso el asesinato de Matteotti —¡no hace tanto tiempo!— horrorizó a los vivos. Pero desde que Alemania, con sus altavoces, sofoca el clamor de la sangre, éste sólo se oye en el cielo, mientras que en la tierra se ha convertido en noticia habitual en los periódicos. Asesinaron a Schleicher y a su joven mujer. Asesinaron a Ernst Röhm y a muchos otros. Muchos de ellos eran también asesinos. Pero no fue un castigo justo, sino injusto, el que recibieron. Asesinos más listos y hábiles asesinaron a asesinos menos listos y más torpes. En el Tercer Reich no sólo Caín mata a Abel: también hay un Supercaín que mata al simple Caín. Es el único país en el mundo en el que no sólo hay asesinos, sino además asesinos elevados a la enésima potencia.

roth-joseph-enY, como ya he dicho, la sangre derramada clama al cielo, donde no están los reporteros, simples seres mortales. No, los periodistas se encuentran en las conferencias de prensa de Goebbels. Aturdidos por los altavoces, asombrados por la velocidad con que, de pronto, en contra de todas las leyes naturales, una verdad cojeante empieza a correr y las piernas cortas de la mentira se alargan tanto que, a paso ligero, dejan atrás a la verdad, los periodistas del mundo entero informan sólo de lo que les cuentan en Alemania y muy poco de lo que ocurre en Alemania. Ningún reportero está a la altura de un país donde, por primera vez desde la creación del mundo, se producen anomalías no sólo físicas sino también metafísicas: monstruosos engendros infernales, lisiados que corren, incendiarios que se queman a sí mismos, fratricidas, diablos que se muerden la cola. Es el séptimo círculo del Infierno, cuya filial en la tierra se conoce con el nombre de Tercer Reich.

Pariser Tageblatt, 6 julio 1934

 

Cit. Joseph Roth, Años de hotel. Postales de la Europa de entreguerras, trad. Miguel Sáenz, Barcelona, Acantilado, 2020, pp. 272-274.

Y entonces nosotros, los viles /// Cesare Pavese (1945)

 

Y entonces nosotros, los viles
que amábamos la noche
que murmura, las casas,
los caminos del río,
las sucias luces rojas
de aquellos lugares, el dolor
manso y callado-
arrancamos las manos
de la viva cadena,
y callamos, mas el corazón
nos estremeció la sangre,
y ya no hubo dulzura,
no hubo un abandonarse
junto al sendero del río-
no más siervos, supimos
estar solos y vivos.

[E allora noi vili / che amavamo la sera / bisbigliante, le case, / i sentieri sul fiume, / le luci rosse e sporche / di quei luoghi, il dolore / addolcito e taciuto- / noi strappammo le mani / dalla viva catena / e tacemmo, ma il cuore / ci sussultò si sangue, / e non fu più dolcezza, / non fu più abbandonarsi / al sentiero sul fiume- / non più servi, sapemmo / di essere soli e vivi.]

Cit. Cesare Pavese, Antología poética, versión cast. José Agustín Goytisolo, Barcelona, Plaza y Janés, 1971 (1962), p. 125.

LA POLÉMICA ENTRE PROGRESO Y REALIDAD

Jacobo Muñoz (ed.) 
“Melancolía y verdad. Invitación a la lectura de Th. W. Adorno”
Madrid, Biblioteca Nueva, 2012, 290 p., 20 euros.
ISBN 9788499402505
 
 

 

La polémica entre el progreso y la humanidad

Por Mario S. Arsenal

 
Theodor Ludwig Wiesengrund Adorno (1903-1969), filósofo ante todo, pero también sujeto activo, opinante y sensible a la sociología, la musicología o la psicología, fue un pensador en líneas generales sorprendente, despierto, deslumbrante y con una capacidad filosófico-analítica realmente extraordinaria que le ha encumbrado actualmente como uno de los autores de crucial reclamo para aproximarse a casi cualquier cuestión manifestación de la vida humana. 
 
La editorial Biblioteca Nueva presentó hace pocos meses este libro que recoge varios escritos en torno a la interpretación de la obra del filósofo alemán, pieza clave en el eje fundacional de la conocida Escuela de Frankfurt. El volumen compila una serie de conferencias pronunciadas en el año 2008 que fueron llevadas a cabo conjuntamente por el Instituto Alemán de Madrid, el Departamento de Filosofía IV de la Universidad Complutense de Madrid y la Fundación Xavier Salas.
Dicha escuela filosófica estaba integrada, entre otros, por personalidades de la talla de Max Horkheimer (1895-1973), Leo Lowental (1900-1993), Herbert Marcuse (1898-1979), Friedrich Pollock (1894-1970) o Erich Fromm (1900-1980). Todos ellos pusieron en práctica una metodología particular conocida con el nombre de Teoría Crítica, un planteamiento filosófico que tomaba como punto de partida la influencia teórica de Marx, Freud, varios aspectos de Hegel y sobre todo Walter Benjamin. A partir del dolor al que están expuestos los individuos frente a la irracionalidad y el inhumanismo, dicha teoría es esencialmente consecuencia de la vivencia de la nueva barbarie materializada en los campos de concentración de Auschwitz (1940-1945), y, como el propio Adorno pretendía, destinada a ayudar al hombre moderno a evitar que tan terrible episodio se repitiese.
Integrado en el Institut für Sozialforschung, centro fundado durante la República de Weimar, cerrado en 1933 y reabierto después de 1950, Adorno fue un personaje ajeno a la etiqueta fácil, huidizo de las generalidades: inclasificable, si se quiere. Detestó el determinismo subjetivista (psicologista) y cifró, en palabras de Jacobo Muñoz, “lo esencial de esta tarea en el empeño de sacar a la luz la interdependencia entre el contenido objetivo de la obra –de toda obra– y su lugar histórico”. A través de dicho instituto, la pretensión era desarrollar una reflexión en la que el análisis social se conjugase en la elaboración de un diagnóstico del presente; empeños por otra parte en los que la Teoría Crítica –no nos olvidemos de Walter Benjamin– demostraría ser la máxima valedora. Y todo ello a pesar de que ésta última fue amplificando y certificando la dificultad añadida de la imposibilidad en el mundo moderno de encarnar dicha reconciliación de los individuos entre sí. Los teóricos críticos formulaban, procedente de Hegel, la idea de que en las sociedades modernas –por definición, escindidas– los valores de autonomía y solidaridad ya se encuentran presentes. Esta misma convicción fue la que Adorno asumió como irrenunciable, y la que le permitió mantener vivas las expectativas esperanzadoras como idea regulativa de su programa.
Desde este punto básico Adorno desarrolló una profunda crítica del optimismo metafísico en sus diversas variantes, es decir, cuestionó aquellos valores que suponían el progreso en palabras mayúsculas sometiendo a análisis la resolución de lo negativo como el verdadero resultado de la historia universal (Hegel). Asimiló, como Benjamin, el camino de la historia como un proceso que minimiza el sufrimiento humano, sobre todo el de las víctimas. Fue siempre, nos dice Muñoz, fiel a la contundencia benjaminiana, como bien puede comprobarse en el comentario que Benjamin hiciera del Angelus Novus de Paul Klee, esa suerte de encarnación de la mirada del ángel de la historia.
Adorno volvería más tarde sobre el sentido de progreso señalando que el problema no radica en el progreso en sí, sino en la confusión entre éste y la humanidad. El encuentro con Benjamin y el repudio de todo optimismo metafísico han de interpretarse no obstante en unas coordenadas históricas concretas, éstas son, las del ascenso de los fascismos en Alemania e Italia, las dos grandes guerras, la subsiguiente desaparición de un número escandaloso de personas, la evolución de la revolución soviética hacia el sistema estalinista, la creciente manipulación de las conciencias por los medios de comunicación de masas y, en general, la industria cultural. Lo que a priori podría constituir un engranaje de conflicto pasado de tiempo o moda, desgraciadamente vuelve a repetirse en el presente, de ahí la profunda y enorme actualidad de la obra de Adorno incluso hoy.
A lo largo de esta compilación podemos degustar también otros capítulos dedicados a la filosofía moral de Adorno, al maridaje entre sujeto y naturaleza en su obra, a la crítica política, al antisemitismo, así como al derecho, a la ontología o a la estética. Para clausurar dicho volumen, a modo de apéndice, se recoge un capítulo inmensamente interesante firmado por José Luis López de Lizaga que versa sobre la recepción de Adorno en nuestro país, con un análisis útil y profundo de toda la bibliografía aparecida en torno a la figura de este magnífico pensador. Este “escritor entre funcionarios”, tal y como lo definió Jürgen Habermas en 1963 (a la sazón integrante de la Escuela de Frankfurt pero perteneciente a su segunda generación), de pensamiento totalizador que pretendió abrazar la inmensa humanidad, arrastró en condición de testigo la angustia de un momento histórico crucial para entender la modernidad, hizo suyo el señuelo del malestar en la cultura y la vida, y dedicó todo su afán a hacernos ver y comprender que la historia no necesariamente ha de repetirse en los mismos términos de denigración del individuo. En definitiva, una obra, que tal y cómo indica el subtítulo, nos invita a leer con paciencia y meditación a uno de los más comprometidos y arraigados pensadores de la cultura occidental.
 

 

Artículo publicado en la revista Culturamas (26.IV.2012)