Después de haber comprobado que la crítica cinematográfica en general se ha hecho eco de la nueva entrega de los hermanos Coen como si de un oráculo se tratase, me veo obligado a matizar ciertos aspectos sobre su cine usando este nuevo filme como pretexto para ofrecerles una lectura alternativa al margen de la oficialidad. Como en toda obra de arte con una finalidad estética definida, existen en ella muchas luces y sombras, pero bien es cierto que el claroscuro de los Coen no merma con el paso del tiempo. Tal vez lo que más llama la atención sea este novedoso afán de proyección comercial al que desde hace unos años venimos asistiendo los que seguimos su obra con atención. De todo esto hablaremos de inmediato. Acomódense y apaguen sus teléfonos móviles. ¡Acción!
En primer lugar y haciendo acopio de la producción de los Coen, A propósito de Llewyn Davis es el decimosexto largometraje de los Coen. Resulta necesario trazar una perspectiva de producción indagando en los motivos que jalonan la obra de estos realizadores de Minnesota. De tal manera nos encontramos con una historia que en cierto modo nos es familiar, pues directa o indirectamente aparece la nota folk, constante fidedigna en cada una de sus películas, o el relato errante de un protagonista disipado, Llewyn Davis (Oscar Isaac en estado de gracia después de que Amenábar lo seleccionara en 2009 para rodar su Ágora, no nos olvidemos de esto tampoco), o bien personajes que como Troy Nelson (Stark Sands) y Al Cody (Adam Driver) son para echarlos de comer aparte, o el viaje como metáfora absoluta de una vida en constante desarrollo que se debate entre la ridiculez de la pobreza y la excitación del fracaso inminente. Todo esto es la marca Coen, pero aguarden un momento y vayamos por partes.

Un fotograma de Oscar Isaac en el papel de Llewyn Davis (Foto: Alison Rosa © 2012 Large Strange Trip)
Nueva York, años sesenta. Nuestro protagonista lleva una vida simple y anodina, día y noche lucha contra el frío de la Gran Manzana, duerme en sofás ajenos y no hay nada en él que remita a la virtud hasta que coge su guitarra y se sube a los escenarios de locales del Greenwich Village para cautivar con su música a los espectadores y así ganarse la vida malviviendo gracias a algunos amigos y desconocidos a los que paga con distintos trabajos. Ha perdido trágicamente a Mike, su compañero musical, y este conflicto interno prologa su indeseable carrera profesional. Su afán por sobrevivir dentro de esta poliédrica pero insulsa jungla americana hace que presenciemos la bajada a los infiernos de Llewyn, cuyo crédito frente a sus amigos queda en evidencia por haber cometido algún desliz que otro, como por ejemplo dejar embarazada a Jean (Carey Mulligan), la mujer de su amigo Jim (Justin Timberlake). Entretanto irrumpe en escena un gato de nombre desconocido y propiedad de los Gorfein, un matrimonio amigo de Llewyn compuesto por un profesor universitario y una hippie pacifista venida a menos, pero del gato, como decimos, germina un necesario desequilibrio que toda buena película requiere. Aquí, y sólo en este aspecto, podemos hablar de un cine de altos vuelos.
La crítica, así lo he remarcado al principio, ha vertido tanta desmesura y entusiasmo sobre la película, que incluso han llegado a definirla como «perfecta». Al hilo de este tipo de críticas, me gustaría destacar algunos artículos como por ejemplo el de Israel Arias para Europa Press, el de Jordi Batlle para La Vanguardia o la aportación crítica de Irene Crespo para El Periódico. En ninguno de ellos hallamos disonancias, todo es loa, magnificencia, lo cual me parece correcto siempre y cuando tengan fundamento, pero es importante saber diferenciar la caligrafía de la gramática, así nuestro criterio podrá crecer hasta el desengaño pero sin perder el amor por su arte. Siento no estar de acuerdo con un punto de vista desinformado, y no me entiendan mal, no es que quiera yo tener la opinión de Carlos Boyero cuya impresión, por otra parte, me parece irritante y desmesurada por decir que la vida de nuestro protagonista (basada en la de Dave van Ronk, personaje que apadrinó a algunos grandes del folk) carece de interés, sino que el cine, como toda manifestación artística, hay que valorarlo en su propio contexto y su justa medida, y ese calibre no es otro que la obra de los Coen, a la que no se ha prestado la debida atención bien por vagueza, bien por dejadez. Lo comercial se hace notar en el dato folclórico y el arraigo country neoyorquino, que sirve a los Coen para desarrollar una historia que si bien no es de las más brillantes, sigue rezumando su propia aura. Estamos acostumbrados a ver desfilar por el casting a gente de gran tallaje, esos secundarios de lujo que hacen de una película mediocre un sello de distinción. Ahora bien, la pregunta se me antoja necesaria. ¿Cuál de ellos se negaría a trabajar con los Coen? Evidentemente ninguno. Estos cineastas, que llevan cosechando éxitos desde que Joel Silver decidiera apostar por ellos a finales de los 80, han logrado que su carrera cinematográfica goce de un caché y un prestigio nada desdeñables. Así, aparecen por ejemplo Justin Timberlake, Carey Mulligan y Stark Sands reversionando el Five Hundred Miles, un clásico de Cliff Richards & The Shadows que ya había visto su cover español firmado por Los Mustangs y que asiste además a uno de los momentos más emocionantes de la película cuando Llewyn mantiene un intenso diálogo visual con Jean, futura madre de su criatura y esposa de un buen amigo suyo que encima le ofrece cobijo. Tanto Timberlake como Sands o Mulligan, en mitad de este reto musical urdido por los Coen, dotan a la escena de un halo de sosiego y serenidad realmente hipnótico que debió encantar a sus directores.

Oscar Isaac, Joel Coen y Ethan Coen rodando una escena del montaje (Foto: Alison Rosa © 2012 Large Strange Trip)
Hay que mencionar, en primer lugar, que la producción musical fue culpa de T-Bone Burnett, un viejo conocido de los Coen que ya había trabajado para ellos ¡qué casualidad, en otra película con música original!, O Brother, Where Art Thou? (2000). En esta ocasión el viejo Burnett tiene un ayudante de lujo, Marcus Mumford, el líder vocalista de Mumford & Sons. Ambos se compenetran a la perfección y dicha sinergia llega a alcanzar niveles de producción admirables. En este sentido llega otro de los momentos estelares del largometraje, la grabación del hit de Jim Nesbitt Please Mr. Kennedy en la que Oscar Isaac, Justin Timberlake y sobre todo, un sembrado Adam Driver, recrean la colaboración para John Glenn Singers en unos grandes estudios de grabación. En definitiva, una de esas escenas firma de la casa en la que los Coen son capaces de ridiculizar y engrandecer a todo ser viviente que se ponga a su servicio. Tal vez sea la única nota humorística de la película, y a pesar de ello, la crítica mantiene el empeño de pregonar que se trata de una comedia. Pues bien, hay veces en que uno puede entender de etiquetas, de géneros, de estilo incluso, pero lo único que nos queda es dilucidar las certezas en su reverso. Dicho de otro modo, a juzgar por la voz de la crítica especializada, a estas alturas podremos no saber qué demonios es una comedia, pero sí sabemos qué no lo es, y esta no es una de ellas. Pero volvamos a lo que nos importa. «Please Mr. Kennedy! Take one!«.

Llewyn y Jim ensayan la versión del Please Mr. Kennedy (Foto: Alison Rosa © 2012 Large Strange Trip)
También hay sombras en esta última entrega de los Coen. Por ejemplo el desarrollo de la historia, que sin querer arruinarles la expectación a quienes no han visto la película, es algo lento, por momentos se hace difícil de digerir y en ocasiones llega a resultar pesado. Es aquí donde la desmedida opinión de Boyero cobra sentido, ya que el relato errante de este cantautor es tan lineal que puede incitarnos al tedio. Quizás esa era la idea inicial de los Coen, evidentemente no lo sabemos, pero si algo brilla en el filme es el trato llano que se le da al personaje. También afloran una cantidad de cualidades que cualquier director no sabría ni por dónde coger a la hora de caracterizar a un personaje: los Coen lo bordan, es uno de sus puntos fuertes. Y luego tenemos al gato, un elemento subsidiario que magistralmente va cobrando protagonismo hasta convertirse en la pieza clave que explica, justifica y da sentido a la vida disipada, y por momentos repugnante, de Llewyn Davis. El nombre del animal es la clave de esta nueva entrega homérica de los Coen. Ya vemos al comienzo el decisivo encontronazo que tendrá con Llewyn en el apartamento que los Gorfein tienen en el Upper West Side cuando el felino intenta regalarse un escarceo. De manera rotunda: es la viva imagen de Davis, y es justo despúes de este momento cuando presenciamos la gestación de una poderosa imagen cristalina, realmente un reflejo de lo que está sucediendo con nuestro protagonista y de lo que será, al fin y al cabo, la película entera.

Troy (Stark Sands) y Ulises presencian expectantes una discusión entre Llewyn y Jean junto al gato Ulises (Foto: Alison Rosa © 2012 Large Strange Trip)
Por tanto, antes de valorar una película de ambiciosa proyección comercial deberíamos medir sus partes y comprobar si la sintaxis se adecúa o no a su propia obra. Hoy en día se dice «Hermanos Coen» y parece que asistimos a un tipo de genialidad ex nihilo, pero ¿dónde estaba esta crítica a finales de los 90 antes de que los Coen cosecharan su éxito en forma de epifanía? En verdad lo es: una cinta comercial de actores consagrados como John Goodman, que hace las veces de un jazzman abyecto y heroinómano; o Murray Abraham como el influyente Bud Grossman; o incluso Garrett Hedlund que aborda el papel de Johnny Five, un huidizo muchacho en plena efervescencia beat. También es un precioso ensayo fotográfico firmado por un fabuloso Bruno Delbonnel o un experimento de puesta en escena sobresaliente, pero aquí sin sorpresas. Qué decir de la música o la aparición de Dylan en el Gaslight tocando los primeros acordes de Farewell…, sencillamente mágico. Pero ahora bien, si el cine de los Coen se ha propuesto juguetear con la antropología, poco a poco lo está consiguiendo: si antes mencionábamos O Brother, Where Art Thou?, es momento para hacer el debido recuento cinematográfico con Muerte entre las flores (1990) y la década de los 30; Barton Fink (1991) los 40 y esta útima entrega, que cubre los 60. ¿Estudio sociológico? Qué nos importa. Si algo sobresale en A propósito de Llewyn Davis es la constatación estética de la crisis de los grandes relatos, la firma audiovisual de un contrato que nos dice que no sólo en las artes plásticas la vida se nutre de un vacío que, de por sí, es un caos y en el que nadie sabe ya ponerle nombre a las cosas. Una oda, en definitiva, a los grandes dilemas de la existencia, de nuevo, pero una obra, pese a todo lo celebrado por la crítica oficial, de género menor en la filmografía de los Coen.

Carey Mulligan en el papel de Jean, esposa de Jim y exnovia de Llewyn, en el Glaslight Café (Foto: Alison Rosa ©2012 Large Strange Trip)

Garrett Hedlund en el papel de Johnny Five, el chico beat -(Foto: Alison Rosa © 2012 Large Strange Trip)

Llewyn abandona el coche que le hubiera llevado hasta Chicago (Foto: Alison Rosa © 2012 Large Strange Trip)
-Ficha técnica:
Dirección: Joel y Ethan Coen / Guión: Joel y Ethan Coen / Producción: Scott Rudin, Joel y Ethan Coen / Diseño de producción: Jess Gonchor / Música: T Bone Burnett, Marcus Mumford / Sonido: Peter F. Kurland, Skip Lievsay / Fotografía: Bruno Delbonnel / Montaje: Roderick Jaynes / Escenografía: Jess Gonchor / Vestuario: Mary Zophres
-También puedes visitar la website oficial aquí.
-Blogs de cine que yo frecuentaría: Esto no es Vietnam / Cuaderno audiovisual / La pantalla se mueve
*Para saber más sobre los Coen:
1.- Antonio SANTAMARINA, Joel y Ethan Coen, Madrid, Cátedra, 2012.
2.- Laurent TIRARD, Lecciones de cine: clases magistrales de grandes directores explicadas por ellos mismos, Barcelona, Paidós, 2003.
3.- Fernando DE FELIPE, Barton Fink. Estudio crítico, Barcelona, Paidós, 1999.
4.- Frédéric ASTRUC, El cine de los hermanos Coen, Barcelona, Paidós, 2003.