Una giornata particolare /// Ettore Scola (1977)

Esta entrada es motivo de una casualidad fantástica. Confieso desde aquí, ya que nunca he tenido la oportunidad de incluir alguna entrada relativa al cine italiano, mi devoción por el neorrealismo y todo lo que tenga que ver con él. Casualmente, como decía, el lunes por la noche me topé con esta película de Scola. Sorpresa doble la mía al comprobar que aún se apuesta por este cine en cadenas públicas y que, además, se trata de una de las películas de menor exhibición dentro de los ciclos de este director. Veámosla de nuevo, me dije. El resultado es que me sobrecogió muchísimo más que la primera vez que la vi, no recuerdo cuánto hace, en cualquier caso poco tiempo, pero no retuve esta emoción cuando tuve la oportunidad en su momento. Fue del todo distinto y hoy me emociono de que así sea. Definitivamente sugerente, definitivamente resucitada, definitivamente hermosa. Y entonces consideré que lo más justo sería que le dedicase un espacio autónomo como es debido. No era mi intención hacer una glosa de datos conocidos, tampoco sobre los premios que recibió, que fueron muchos a pesar del escaso reconocimiento que se le tributa hoy. Sea como fuere, esta es mi reflexión sobre una de las películas más hermosas de la producción de este director italiano. Espero que os guste.

Cartel oficial de Una giornata particolare (Ettore Scola, 1977)

Cartel oficial de Una giornata particolare (Ettore Scola, 1977)

Roma, 6 de mayo de 1938. Gabriele es un disidente político y locutor de radio de la EIAR acusado de ser homosexual, pero nadie hasta el momento lo sabe. Las tropas de Hitler se encuentran de visita oficial en la «Città Eterna» congraciándose con Mussolini y el por entonces rey de Italia, Víctor Manuel III de Saboya. Gabriele (un insólito Marcello Mastroianni) debido a su orientación sexual ha sido relegado de su puesto en la radio y encuentra un apartamento donde sigue trabajando para una empresa de publicidad que le manda unas notas que luego transcribe. Pero el tiempo se le agota.

En ese modesto bloque de apartamentos de clase media del barrio de San Giovanni no queda nadie. Todos quieren ver la marcha militar fascista. Niños, padres y abuelos han salido pitando. Aunque no todos. Queda una mujer, Antonietta (Sophia Loren), esposa y madre de seis hijos. Ella ha decidido quedarse en casa para ocuparse de las labores domésticas y cumplir así con el régimen que acata sin el menor reproche. Comparte el apartamento con Rosamunda, una lora desquiciante con la que tiene una relación encantadora, tierna y absurda. En una de las conversaciones, Rosamunda sale sin permiso por la ventana del apartamento y Antonietta se desespera. Tiene la comida en el fuego y no sabe qué hacer. La cotorra se ha posado en el bloque contiguo y allí ve a un hombre cuya amabilidad, piensa, puede solucionar este lance inoportuno.

Entretanto, la arquitectura fílmica de la película se desenvuelve de manera desconcertante. El hilo sonoro repica continuadamente recreando la marcha de los caudillos fascistas entre los vítores enfervorecidos de la gente. Ettore Scola utilizó con aguda intención este recurso jugando con la apariencia de que es una vecina quien está escuchando el acontecimiento desde su casa a través de la radio. En efecto, si para prologar el film usa imágenes de archivo, ahora desea materializar la textura de una voz radiada cuyo recuerdo, tal vez, evoque la experiencia que él mismo debió tener por aquel entonces cuando a punto estaba de cumplir los 7 años.

Antonietta y el juego de la seducción frente al espejo

Antonietta y el juego de la seducción frente al espejo

Pero esto continúa. En el frattempo, como dicen con hermosura los italianos, Gabriele aparece meditabundo, pensativo, con las palmas de las manos en las sienes y en actitud depresiva. Tiene una pistola sobre el escritorio y todo hace sospechar que tiene intención de usarla. Un brote nervioso se apodera de él y tira todos los papeles que hay encima de la mesa. La situación no mejora y Gabriele se sume en la melancolía. Para cuando quiera hacer uso del arma de contrabando, Antonietta se le echa encima. Y no porque la mujer sea promiscua -escándalo social mediante-, sino porque necesita sin aliento recuperar su animal y llama a la puerta. Él es la solución de ella. Ella es la solución de él. Dos bellas líneas tangenciales que Scola superpone con una maestría y sensibilidad más propias de la literatura que del cine. Poesía en movimiento.

Un momento disparatado y divertido de la película

El momento más divertido y disparatado de la película. Gabriele descubre el monopatín de uno de los hijos de Antonietta y comienza a dar vueltas por su casa.

Era evidente por otra parte, claro está, que Gabriele y Antonietta entablaran una conversación de la que nacería el germen de un vínculo extraño y maravilloso, sin nombre pero con delicadeza, que terminará por unir a estos dos seres humanos en mitad de la desidia de la pobreza, la injusticia y el fascismo. Por de pronto, Antonietta le arrebata el silencio a Gabriele y éste, una vez la vecina abandona su apartamento para regresar al suyo, llama por teléfono a Marco (por lo que se deduce, hemos de suponer que se trata de su pareja, no sabemos si real o imaginaria) y comienza a hablar desaforadamente con él, narrándole este episodio que le ha hecho despertar a la bondad y la felicidad de la vida. No guarda el desaliento al hablar con Marco, el tono melancólico es una constante a pesar de que acaba de ver la luz. Le confiesa que, fruto de esa alegría relámpago, tiene ganas de hablar y de hablar, de contarle la vida a alguien. Sin éxito alguno, incita a Marco a hablar de algo, lo que sea, un libro que está leyendo, de deportes, del tiempo…

Estoy convencido de que aquí Ettore Scola quiso decirnos algo. El silencio es un arma a la que hay que doblegar. La palabra nunca está de más, mediante conflicto o complacencia, qué importa, porque la palabra, en el reino de los hombres y las mujeres, es la afirmación de la vida. Desde luego que el fascismo no era el canto de cisne que Scola y sus compañeros de generación quisieron para Italia, pero les tocó vivirlo en mayor o menor medida. Una de las respuestas más contundentes puede hallarse aquí mismo. Vibra con la frescura de una fruta recién recogida del árbol, suena al rocío de la mañana, huele como huele ver un atardecer en la montaña. Sencillamente maravilloso.

Una de las tomas más preciosistas del film

Una de las tomas más preciosistas del film

Al cabo de unas horas, y en mitad del desconcierto de Antonietta y la perplejidad de Gabriele, ambos vuelven a concurrir en el apartamento de ella. El pretexto es un libro (de nuevo las palabras, que nos harán libres). Una vieja edición italiana de Los tres mosqueteros de Dumas abre la puerta de la relación afectiva que más tarde terminará en amorosa. Ella no quiso llevárselo a pesar de la insistencia de Gabriele en que lo leyese. Ahora es él quien vuelve para regalárselo. Mientras tanto, Antonietta tiene la necesidad de preguntarle quién es, de dónde viene y a qué se dedica. La portera, Cecilia, una anciana roída por la voz del régimen y símbolo de la vieja Italia rural sometida a la ignorancia, atormenta a Antonietta llenándole la cabeza de opiniones negativas e insinuándole que Gabriele no es un tipo de fiar. Inmersa en esa conmoción, Antonietta intenta profundizar en la personalidad de Gabriele dejándose llevar por su amabilidad. En una escena propicia para ello, ambos suben a la azotea a tender la ropa. Antonietta tiene que cumplir con su papel de ama de casa y madre de seis hijos, y Gabriele le ofrece su tiempo para ayudarla. Arriba, entre banderas nazis alemanas y estandartes italianos, se produce una disparatada conversación que empieza con sonrisas y termina en un beso. La inapetencia de Gabriele frente a las muestras de amor de Antonietta son evidentes, por lo que ella acaba desoriéntandose del todo. En un arrebato de orgullo intransigente, él acomete un speech sobre la dignidad humana, la opresión y su no adecuación a la hombría fascista. En el rellano de ese bloque de apartamentos retumba la voz rebelde de Gabriele, quien busca a gritos a la portera para declararle su condición de homosexual mientras Antonietta cierra la puerta de su apartamento escandalizada por la locura de Gabriele.

Antonietta y Gabriele en la azotea del edificio

En la azotea del edificio

Al cabo de unos minutos, él vuelve a su casa. Ella ha recapacitado y siente la necesidad de regresar para pedirle disculpas. Acepta su gesto y la invita a pasar. Gabriele prepara dos frugales tortillas y hablan del problema que supone tener que aparentar ser lo que no se es. Recuerda que una amiga de la radio se hacía pasar por su novia y él por su novio, que se amaban locamente, pero que el canal que él tenía para mostrarse como tal era erróneo. Enumera la catástrofe de ser un camaleón por temor a ser destituido -como así finalmente sucedería- o marginado de una realidad social que, ya desde su definición, adolecía de los cimientos del fascismo intransigente e intolerante. Es en ese momento cuando Antonietta alza la voz y se descubre frente a su vecino del sexto piso. Confiesa que es mujer en el silencio, no se siente amada y no habla nunca con su marido, cuyo mayor logro es frecuentar, al parecer, burdeles donde alquilar mujeres de compañía. En una de esas ocasiones, Antonietta logró interceptar una carta de una tal Laura, una mujer instruida. Casi no puede continuar hablando sin confesar que se siente estúpida, cuando de repente se derrumba lacrimosa en los brazos de Gabriele. Pero el dolor del instante empuja a Antonietta a persistir. Él le habla, le escucha, le atiende, le cuenta, incluso consigue hacerla reír…, cosa que en ningún otro momento de su vida ha podido experimentar. Las lágrimas son la cálida bienvenida de la consumación de su amor, y al yacer juntos en la cama suena -ácidamente compuesto por Scola- la voz radiada de la marcha que dice «¡Führer!¡Führer!«.

Gabriele no puede resistir el amor de Antonietta

Gabriele no puede resistir el amor de Antonietta

«È stato bello, ma questo non cambia niente» [Ha sido hermoso, pero esto no va a cambiar nada], responde Gabriele. Es tal vez el momento en el que la película se olvida del relato histórico para centrarse en la poesía intimista. Algunos pensarán que no es así, que la intención de Scola es la de ser obsesivo con la historia para desmontar la fragilidad de la fuerza del hombre oprimido, y también. Pero estos últimos diez minutos son una delicia de la poesía visual. La marcha ha llegado a su fin y todos vuelven al redil. Ellos por su parte se despiden en la puerta como dos adolescentes y esa misma vibración continúa intacta hasta el final de la cinta. Antonietta atraviesa el bloque por la azotea hasta llegar a la puerta de su casa. Allí espera intranquila con la certeza de que no la han visto. Mientras, Cecilia recibe a toda la concurrencia para saludarlos y despedirlos. Ahora sabemos que la radio que Scola utiliza a lo largo de toda la película, es la suya. Es ella quien ha estado escuchando el acontecimiento con atención marcial. Para entonces, los hijos y el marido de Antonietta llegan a casa y comentan impresiones; todos están cautivados por la marcha, incluso su marido, para quien el festival fascista ha resultado ser histórico. Antonietta se pierde en sus pensamientos, se abandona a la melancolía y las distintas voces de la familia se superponen unas a otras para que sepamos -marca exclusiva Scola- que esa conversación no es importante, que lo esencial se esconde en la mente de Antonietta y que ella es quien hace girar la cámara, el mundo, las circunstancias (de su propia vida). Mira por la ventana y ve a Gabriele preparar el equipaje. Dos señores trajeados aguardan con paciencia. Se va. Se lo llevan. Lo deportan. Lo destierran. Lo expulsan. Lo anulan.

Antonietta mira por la ventana en busca de Gabriele

Antonietta mira por la ventana en busca de Gabriele

Y Antonietta sólo puede asistir a la crónica de una desaparición no deseada. Ettore Scola acentúa este momento con un movimiento de cámara realmente formidable, tal vez uno de los mejores ejemplos de neorrealismo en su producción. La cámara, al igual que la mano, el corazón o la vida, vibra, da tumbos de un lado a otro, no encuentra el equilibrio pero lucha por sostenerse firme. Dejando a un lado el dato temporal, estamos ante un cine traspasado por el devenir existencial. Porque el fascismo como vómito, si no se lo llevó todo, fue casi todo lo que acabó ahogándose en él. Incluidas las personas. Los brazos que sostienen esa cámara traducen ese bamboleo como el guitarrista que pellizca un traste para hacer sonar la melodía.

Antonietta recuerda la lámpara que Gabriele arregló sin perder de vista la lectura de Los tres mosqueteros de Dumas

Una imagen pictórica. Antonietta recuerda a Gabriele a través de la lámpara de «Los tres mosqueteros» de Dumas

Y así se va despidiendo ella de la película y de su vida. Así. Tirando por tierra el amor más soberbio de cuantos ha conocido, pero sabiéndose una mujer nueva. Los tres mosqueteros de Dumas mantendrán vivo el recuerdo imborrable de ese ser humano que insistió en que leyese. Quién sabe si ese libro no es el símbolo de la libertad cuando ella lo abre y pronuncia el nombre de Don Quijote.

Desde una ventana a otra ventana (after Baudelaire)

Desde una ventana a otra ventana (after Baudelaire)

El último movimiento de la cámara es el seguimiento distanciado de Antonietta, que enfila el pasillo y apaga todas las luces. La cámara no consigue avanzar, pero mira con atención a la protagonista. Ésta se desviste y, gracias a un tenue rayo de luz que atraviesa una de las habitaciones, vemos lentamente cómo se descalza y se desnuda. La historia se ha consumado de nuevo, pero esta vez con cierta esperanza. Queda el recuerdo y el amor y las palabras. Y un libro sobre la mesilla.

Ps [a modo de anécdota]. El papel de la hija pequeña de Antonietta está interpretado por Alessandra Mussolini, nieta del dictador y sobrina de Sophia Loren. A día de hoy, no sé cómo interpretar el dato.

Ficha técnica de la película (IMDb)

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