Existe entre la obra de arte y el hombre tal semejanza que del mismo modo que se habla del alma del hombre podemos hablar también del alma y de la personalidad de una obra de arte.
El alma se manifiesta a través del estilo que, siendo el catalizador de la inspiración poética del artista, refleja la manera con que éste expresa la materia que trata. El estilo es indispensable para fijar la inspiración en una forma artística. Por medio del estilo el artista fusiona y armoniza los diversos elementos, dándoles una unidad, al mismo tiempo que logra que los demás veamos el argumento como lo ven sus propios ojos.
El estilo es inseparable de la obra de arte acabada. La penetra, la invade y, sin embargo, permanece en cada momento invisible como algo que no se deja comprobar.
Cada obra de arte se debe primordialmente al esfuerzo de un solo individuo. Pero una película se realiza por un grupo de individuos, una colectividad que no es capaz de crear arte a menos que reciba el impulso de una personalidad artística.

El primer impulso creativo para una película viene del autor cuya obra sirve de base. Pero, a partir del momento en que aparece este fundamento poético, corresponde al director cinematográfico crear el estilo de la película. Los numerosos detalles artísticos se deben exclusivamente a una iniciativa suya. Sólo sus sentimientos, sus estados de ánimo deben colorear la película y despertar análogos sentimientos y estados de ánimo en el espectador. A través del estilo presta a su obra el alma que la transforma en arte. Al director corresponde, pues, dar a la película un rostro, es decir, el suyo propio.
Pero precisamente porque éstas son las condiciones, nuestra responsabilidad como directores es tan grande. A nosotros nos incumbe elevar la película del nivel de la mera industria al artístico y esto significa que debemos acercarnos seriamente a nuestro trabajo. Debemos siempre perseguir un fin en el que creamos sin miedo al riesgo y no ir por el camino más llano. Si, de verdad, es nuestro deseo ver progresar el cine, debemos intentar crear películas impregnadas tanto por el estilo como por la personalidad. Sólo por este procedimiento podremos esperar una renovación.
Cit. Carl Theodor Dreyer, Juana de Arco / Dies Irae, trad. Ebbe Traberg, Madrid, Alianza, 1970, pp. 237-238.