L.110 (B. 282)
Conocemos la verdad no sólo por la razón, sino también por el corazón. De este último modo conocemos los primeros principios, y en vano el razonamiento, que no tiene parte en ello, porque trata de combatirlos. Los pirronianos que sólo tienen por objeto esto, trabajan inútilmente. Sabemos que no soñamos sea cual sea la impotencia que tenemos para probarlo por medio de la razón, sino que esta impotencia no expresa más que la debilidad de nuestra razón, pero no la incertidumbre de todos nuestros conocimientos, como ellos pretenden. Pues los conocimientos de los primeros principios (espacio, tiempo, movimiento, números) son tan firmes como cualquiera de lo que nuestros razonamientos nos dan y sobre esos conocimientos del corazón y del instinto es preciso que la razón se apoye y fundamente todo su discurso. El corazón siente que hay tres dimensiones en el espacio y que los números son infinitos, y la razón demuestra que no hay dos números cuadrados de los cuales uno sea el doble que el otro. Los principios se sienten, las proporciones se concluyen, y todo ello con certeza, aunque por vías diferentes, y es tan inútil y tan ridículo que la razón le pida al corazón pruebas de sus primeros principios para querer aceptarlos, como que el corazón pidiera a la razón un sentimiento sobre todas las proposiciones que ésta demuestra para querer aceptarlas.
Por tanto, esta impotencia sólo debe servir para humillar a la razón que quiera juzgarlo todo, pero no para combatir nuestra certeza. ¡Como si sólo la razón fuera capaz de instruirnos! Quisiera Dios, al contrario, que nunca tuviéramos necesidad de ella y que conociésemos todas las cosas por instinto y por sentimiento, pero la naturaleza nos ha privado de este bien; al contrario, sólo nos ha dado muy pocos conocimientos de esta clase. Todos los demás sólo pueden ser adquiridos por el razonamiento.
Y por ello aquellos a quienes Dios ha dado la religión por medio del sentimiento y del corazón son felices y están muy legítimamente persuadidos, pero a los que no la tienen sólo se la podemos dar por medio del razonamiento, esperando que Dios se la conceda por sentimiento del corazón, sin lo cual la fe sólo es humana y, por tanto, inútil para la salvación.

L.298 (B. 283)
El orden. Contra la objeción que la Escritura no tiene orden.
El corazón tiene su orden; el espíritu [inteligencia, ingenio] tiene el suyo, que es por principio y por demostración. El corazón tiene otro. No se prueba que se deba ser amado exponiendo con orden las causas del amor; eso sería ridículo.
Jesucristo y San Pablo siguen el orden de la caridad [amor], no el del espíritu, pues ellos querían inspirar, no instruir.