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Pensamientos /// Blaise Pascal (1670 ca.)

L.110 (B. 282)

Conocemos la verdad no sólo por la razón, sino también por el corazón. De este último modo conocemos los primeros principios, y en vano el razonamiento, que no tiene parte en ello, porque trata de combatirlos. Los pirronianos que sólo tienen por objeto esto, trabajan inútilmente. Sabemos que no soñamos sea cual sea la impotencia que tenemos para probarlo por medio de la razón, sino que esta impotencia no expresa más que la debilidad de nuestra razón, pero no la incertidumbre de todos nuestros conocimientos, como ellos pretenden. Pues los conocimientos de los primeros principios (espacio, tiempo, movimiento, números) son tan firmes como cualquiera de lo que nuestros razonamientos nos dan y sobre esos conocimientos del corazón y del instinto es preciso que la razón se apoye y fundamente todo su discurso. El corazón siente que hay tres dimensiones en el espacio y que los números son infinitos, y la razón demuestra que no hay dos números cuadrados de los cuales uno sea el doble que el otro. Los principios se sienten, las proporciones se concluyen, y todo ello con certeza, aunque por vías diferentes, y es tan inútil y tan ridículo que la razón le pida al corazón pruebas de sus primeros principios para querer aceptarlos, como que el corazón pidiera a la razón un sentimiento sobre todas las proposiciones que ésta demuestra para querer aceptarlas.

Por tanto, esta impotencia sólo debe servir para humillar a la razón que quiera juzgarlo todo, pero no para combatir nuestra certeza. ¡Como si sólo la razón fuera capaz de instruirnos! Quisiera Dios, al contrario, que nunca tuviéramos necesidad de ella y que conociésemos todas las cosas por instinto y por sentimiento, pero la naturaleza nos ha privado de este bien; al contrario, sólo nos ha dado muy pocos conocimientos de esta clase. Todos los demás sólo pueden ser adquiridos por el razonamiento.

Y por ello aquellos a quienes Dios ha dado la religión por medio del sentimiento y del corazón son felices y están muy legítimamente persuadidos, pero a los que no la tienen sólo se la podemos dar por medio del razonamiento, esperando que Dios se la conceda por sentimiento del corazón, sin lo cual la fe sólo es humana y, por tanto, inútil para la salvación.

After François II Quesnel, 1670’s, Castillo de Versalles (dep. Louvre)

L.298 (B. 283)

El orden. Contra la objeción que la Escritura no tiene orden.

El corazón tiene su orden; el espíritu [inteligencia, ingenio] tiene el suyo, que es por principio y por demostración. El corazón tiene otro. No se prueba que se deba ser amado exponiendo con orden las causas del amor; eso sería ridículo.

Jesucristo y San Pablo siguen el orden de la caridad [amor], no el del espíritu, pues ellos querían inspirar, no instruir.

Cit. Blaise Pascal, Escritos espirituales. Resumen de la vida de Jesucristo,
opúsculos, cartas y fragmentos
, ed. Alicia Villar Ezcurra, pp. 168-170.

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El amor que anhela y no muere /// André Gide (1888)

André Gide en 1920 / Ottoline Morrell

¡Ah, cuántos ensueños! No hay nada mejor. Cuántos anhelos, cuántos entusiasmos, cuánta sed puede tener un corazón que aún no sabe nada de la vida y que salta de impaciencia por precipitarse a ella.

Cuántos anhelos de ideal, cuántos escalofríos de inquietud, qué temblores del alma que da brincos creyendo que podrá escapar del cuerpo; anhela un dios y lo busca por todas partes, cree rozarlo y le contraría hallar sólo su reflejo en las obras que ha inspirado, por la noche mira a ver si se abren los cielos; los sentidos jóvenes y ardientes no se conforman con una comunión espiritual; quieren tocar, abrazar a ese dios que buscan, y cuando ven que les elude se sienten engañados.

¡Señor! ¡Ah, por qué nos hiciste de barro! Y tú, pobre cuerpo, ¿no puedes creer sin tocar, no puedes amar sin ver? A veces, cuando estás rezando y sientes que el mismo Dios está a tu lado, ¿por qué te vuelves a mirarle? — la ilusión cesa y la plegaria muere en tus labios; entonces te acuestas desconsolado y te dices que ese dios al que no puedes ver no es más que una ilusión.

Oh, María, pero quién te dio
el deseo insensato de tocar al Señor.

André Gide, Diario 1887-1910, trad. Ignacio Vidal-Folch
Barcelona, DeBolsillo, 2021, p. 62

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Immanuel Kant /// Interpretación(es)

Immanuel Kant (1724-1804) / Fuente: Darwin Project

Immanuel Kant (1724-1804) / Fuente: Darwin Project

«El hombre reflexivo siente una desazón (desconocida por el que no lo es) que puede dar lugar a la desmoralización. Se trata del descontento con la providencia que rige la marcha del mundo en su conjunto, cuando se pone a calcular los males que afligen al género humano con tanta frecuencia y -a lo que parece- sin esperanza de una mejora. Sin embargo, es de suma importancia el estar satisfecho con la providencia (aunque nos haya trazado un camino tan penoso sonbre la tierra), en parte para cobrar ánimo en medio de tantas penalidades y, de otro lado, para evitar la tentación de responsabilizar por completo al destino, no perdiendo de vista nuestra propia culpa, que acaso sea la única causa de todos esos males, con el fin de no desaprovechar la baza del autoperfeccionamiento.

»Se ha de reconocer que las mayores desgracias que afligen a los pueblos civilizados nos son acarreadas por la guerra y, en verdad, no tanto por las guerras actuales o las pretéritas, cuando por los preparativos para la próxima, por ese rearme nunca interrumpido e incesantemente incrementado que tiene lugar por temor a una guerra futura. A tal efecto se aplican todos los recursos del Estado, todos los frutos de su cultura que tan bien podrían emplearse en acrecentar ésta; en muchos lugares se inflige un notable perjuicio a la libertad y la maternal previsión del Estado para con los individuos se transforma en severas e implacables exigencias, justificadas pese a todo por el temor de un peligro exterior. Ahora bien, ¿acaso tropezaríamos con esta cultura, con la estrecha relación que mantienen los distintos estamentos de una comunidad para el fomento recíproco de su bienestar, con la población e incluso con el grado de libertd que todavía queda a pesar de hallarse bajo leyes muy restrictivas, si aquella guerra siempre temida no infundiera hasta en los propios jefes de Estado ese respeto por la humanidad? Bastará con considerar el caso de China, susceptible por su enclave de sufrir un ataque inesperado, pero que ha borrado de su feudo cualquier vestigio de libertad al carecer de un enemigo lo bastante poderoso como para temerle. Así pues, dado el nivel cultural en el que se halla todavía el género humano, la guerra constituye un medio indispensable para seguir haciendo avanzar la cultura; y sólo después de haberse consumado una cultura -sabe Dios cuánto- podría sernos provechosa una paz perpetua, que además sólo sería posible en virtud de aquélla. Por lo tanto, en lo que atañe a este punto nosotros mismos somos los culpables de los males sobre os que tan amargamente nos quejamos; y la Sagrada Escritura acierta de lleno al presentar la fusión de los pueblos en una sociedad y su plena liberación de un peligro exterior, habida cuenta de que su cultura apenas había comenzado, como un grave impedimento para cualquier avance cultural posterior y como el estancamiento de una decadencia irremediable.

Retrato de Kant por Karl Friedrich Hagemann (1801) / Kunsthalle de Hamburgo http://www.hamburger-kunsthalle.de/

Retrato de Kant por Hagemann (1801) / Kunsthalle de Hamburgo

»La segunda insatisfacción de los hombres atañe al orden de la naturaleza con respecto a la brevedad de la vida. Ciertamente uno ha de estar muy equivocado en la estimación de su valor, cuando desea que se prolongue aún más su duración efectiva, pues esto no supondría sino la prolongación de un juego en constante lucha contra intensas penalidades. En cualquier caso, no se puede tomar a mal un criterio infantil que teme a la muerte sin amar la vida, pues a pesar de que le resulta difícil sobrellevar cada día de su existencia con medianera satisfacción, nunca le bastan los días para repetir ese tormento. Pero si reparamos únicamente en la cantidad de tribulaciones que nos afligen a la hora de obtener los recursos necesarios para mantener una vida tan corta, si consideramos cuántas injusticias se cometen en aras de la esperanza de un goce futuro por efímero que pueda resultar, entonces habremos de creer razonablemente que si los hombres pudieran alcanzar un ciclo vital de ochocientos años o más, el padre podría llegar a temer por su vida delante del hijo, el hermano frente al hermano y el amigo junto al amigo, cabiendo asimismo presumir que los vicios de una humanidad tan longeva se elevarían hasta cotas tales que su mejor y más digno destino sería el de desaparecer de la faz de la tierra bajo un diluvio universal (Génesis, VI, 12-13).

»El tercer deseo (o más bien vano anhelo, pues uno se da cuenta de que lo deseado nunca podrá tocarnos en suerte) es el espectro de esa edad de oro tan ensalzada por los poetas, donde nos desharíamos de toda necesidad artificial con que nos agobia la opulencia, contentándonos con la mera necesidad natural y en la que se daría una igualdad universal, además de una paz perpetua, entre los hombres, en una palabra, el puro goce de una vida despreocupada, ociosamente onírica o puerilmente retozona: una nostalgia que hace muy seductores a los Robinsones y a los viajes hacia las islas del Sur, pero que por encima de todo pone de manifiesto el hastío experimentado por el hombre reflexivo en una vida civilizada, cuando éste intenta cifrar el valor de tal vida exclusivamente en el placer y toma en cuenta el contrapeso de la pereza si la razón le recuerda que ha de dar un valor a la vida por medio de acciones. La futilidad de este deseo de retorno a una época de sencillez e inocencia queda bien patente en la descripción que hicimos anteriormente del estado originario: el hombre no puede mantenerse en él porque no le satisface, por lo que tanto menos inclinado se hallará a volver de nuevo a ese mismo estado; así que siempre ha de atribuirse a sí mismo y a su propia elección el actual estado de penalidades.

Immanuel-Kant-485x728»Por consiguiente, de cara a la instrucción y perfeccionamiento del hombre esta representación de su historia le reporta un gran provecho y utilidad, pues le muestra que no debe culpar a la providencia por los males que le afligen, así como tampoco tiene derecho a descargar su propia falta en un pecado original de sus primeros padres, como si éste hubiera convertido en hereditario para la posteridad una inclinación a transgresiones similares (pues las acciones arbitrarias no pueden conllevar nada hereditario), sino que ha de asumir con pleno derecho lo hecho por aquéllos como si lo hubiera hecho él mismo y debe atribuirse enteramente a sí mismo la culpa de todos los males que se originaron del uso impropio de la razón, pues puede advertir con clara conciencia que en idénticas circunstancias se habría comportado de igual modo y su primer uso de la razón hubiera consistido en abusar de ella (aun en contra de las indicaciones de la naturaleza). Y si ese extremo queda justificado moralmente, es harto difícil que los males propiamente físicos puedan arrojar un saldo a nuestro favor en este balance de mérito y culpa.

»Y éste es el favor decisivo de una primitiva historia humana esbozada por la filosofía: satisfacción con la providencia y con el curso de las cosas humanas en su conjunto, que no avanza elevándose de lo bueno a lo malo, sino que se despliega poco a poco hacia lo mejor partiendo de lo peor; progreso al que cada uno está llamado por naturaleza a colaborar en la parte que le corresponda y en la medida de sus fuerzas.»

Autograph-ImmanuelKant

Immanuel Kant, Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, Madrid, Taurus, 2012, pp. 114-118.

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Friedrich Nietzsche /// Interpretación(es)

Friedrich Nietzsche (1844-1900)

Friedrich Nietzsche (1844-1900)

«Si no hubiéramos aprobado las artes, si no hubiésemos inventado esa especie de culto del error, no soportaríamos ver lo que ahora nos muestra la ciencia: la universalidad de lo no verdadero, de la mentira, y que la locura y el error son condiciones del mundo intelectual y sensible. La lealtad tendría como consecuencia el hastío y el suicidio. Pero a nuestra lealtad se opone un contrapeso que ayuda a evitar tales consecuencias: es el arte, en tanto que buena voluntad de la ilusión. No siempre impedimos a nuestra visión de completar, de inventar un fin: luego ya no es la imperfección, esa eterna imperfección, lo que llevamos por el río del devenir, sino una diosa en nuestra idea, y estamos ingenuamente orgullosos de llevarla. En tanto que fenómeno no estético, la existencia es soportable, y el arte nos proporciona los ojos, las manos, y sobre todo la buena conciencia necesarios para poder hacer de ella este fenómeno por medio de nuestros propios recursos.» (La gaya ciencia, p. 107)

«Única vida posible: en el arte. Si no, uno se aparta de la vida. Las ciencias tienden a la destrucción total de la ilusión; el quietismo vendría como consecuencia, si no existiese el arte.» (El origen de la tragedia, p. 18)

«El arte, que es habitualmente el gran estimulante de la vida, una embriaguez de la vida, una voluntad de vivir…» (La voluntad de poder, libro IV, p. 460)

Nietzsche y el martillo / Fuente: Página sobre filosofía

Nietzsche y el martillo / Fuente: Página sobre filosofía

«La ciencia sólo puede ser disciplinada por el arte. No se trata de juicios de valor relativos al saber y a la multiplicidad de los conocimientos. ¡Tarea inmensa y dignidad del arte que la realizará! ¡Tendrá que renovarlo todo y él sólo dar a luz de nuevo la vida! Lo que puede el arte, nos lo dicen los griegos; sin ellos, nuestra creencia sería fantástica…

»Quizás el arte tenga incluso la facultad de crearse una religión, de dar a luz un mito. Como en Grecia.

»La Historia y las ciencias naturales han sido útiles para vencer la Edad Media; el saber contra la creencia. Nosotros ponemos el arte frente al saber. ¡Vuelta a la vida! ¡Puesta en marcha del instinto del conocimiento! ¡Reforzamiento de los instintos morales y estéticos!» (El nacimiento de la filosofía en la época de la tragedia griega, pp. 191-192)

«¿Cómo nace el arte? Como un remedio para el conocimiento. La vida sólo es posible gracias a las ilusiones del arte.» (El origen de la tragedia, p. 20)

Nietzsche en sus últimos días / Fuente: Rafael Narbona http://rafaelnarbona.es/?p=24

Nietzsche en sus últimos días / Fuente: Rafael Narbona

«Diario del nihilista. – Terror de haber descubierto la falsedad de todas las cosas. El vacío; nada de pensamiento; las fuertes pasiones giran sólo alrededor de objetos sin valor; ser el espectador de estos absurdos movimientos a favor y en contra; soberbio, sardónico, juzgándose fríamente. Las emociones más fuertes aparecen como seductoras y engañosas, como si nos quisiesen hacer creer en sus objetos, como si quisiesen seducirnos. La fuerza más enérgica ya no sabe para qué sirve. Todo está ahí, pero ya no hay fines. Ateísmo, o ausencia de ideal.

»Fase de la negación apasionada en palabra y obra; así se aligera la necesidad acumulada de afirmación, de adoración… Fase del desprecio incluso de la negación… incluso de la duda… incluso de la ironía… incluso del desprecio…

»Catástrofe: ¿el engaño no sería una cosa divina? ¿No consistiría, el valor de toda cosa, en ser falsa?… ¿No debería creerse en Dios, no porque sea verdadero, sino porque es falso? El desespero ¿no sería simplemente la consecuencia de una fe en la divinidad de la verdad? ¿Quién sabe si precisamente la mentira, y la falsificación, la introducción artificial de un sentido, no serían un valor, un sentido, un fin?…» (La voluntad de poder, libro III, p. 107)

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Friedrich Nietzsche, En torno a la voluntad de poder, Barcelona, Península, 1973, pp. 225-227.

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Ramón Llul. Un libro de amor

Ramón Llul, Libro del Amigo y del Amado.
Madrid, La Esfera de los Libros, 130 p., 10 euros.

ISBN 9788499703015

 

Un libro de amor

Por Mario S. Arsenal

 

 

 

Hablar de Ramón Llul o Raimundo Lulio (c.1232 – 1315) siempre es cosa delicada y tremenda a una vez. Posiblemente estemos hablando de uno de los personajes más fascinantes de su tiempo en ámbito español aunque naciera en Palma, capital del Reino de Mallorca que Jaime I anexionó a la Corona de Aragón por aquellos años. Allí se dieron unas condiciones concretas que afloraron de manera determinante el estímulo cultural de nuestro protagonista: la presencia de tres culturas distintas, la cristiana, la islámica y la judía. Filósofo, místico, pensador polifacético, teólogo, cabalista, músico, científico, misionero e incluso alquimista, Ramón Llul tuvo una vida prolija y una producción exuberante. La mayoría de sus obras aún no están traducidas al castellano, por ello es una doble satisfacción para nosotros disfrutar de la edición que La Esfera de los Libros ha llevado a cabo recientemente traduciendo el Libro del amigo y del Amado, escrito durante su estancia en Montpellier, entre 1283 y 1285.
 
En este fragmento extraído del Libro de Evasta y Blanquerna se nos muestra aforísticamente la irrupción del amor como motor continuo de un aprendizaje superior que desea alcanzar el espíritu elevado. Esta novela idealista, escrita originariamente en catalán, contiene capítulos de distinto sesgo, entre los que sobresale este conjunto de 365 versículos que cantan la espiritualidad del corazón y el acercamiento a Dios. Bebe al fin y a la postre de distintas tradiciones culturales y literarias, lo que hace de su lectura un ejercicio enriquecedor y de contraste. Se conjugan pasajes del Cantar de los Cantares, de la teología hebraica y varios ingredientes de la poesía provenzal. Es el amor del alma humana quien conduce el parlamento en dirección a Dios, pero también ofrece la oportunidad de disfrutar de distintas lecturas. Es el canto del amigo al Amado, la loa de un ser permeable a otro que no lo es en apariencia y que, finalmente, termina por humanizarse hasta grados insospechados. He aquí la fuerza y la importancia de la obra de Llul y el motivo fundamental de que este fragmento haya sido editado en varias ocasiones en ediciones antiguas.
 
Con un magnífico prólogo del discontinuo pero fascinante poeta Luis Antonio de Villena en el que se rememora su fortuna crítica a lo largo de las letras hispanas, una muy bien trazada minibiografía y algunos datos anecdóticos del autor, el Libro del amigo y del Amado no es un libro profano, sino con una intención marcadamente religiosa. En palabras de Villena: “Pero sabemos todos que el amor es plural e intrincado, y a lo mejor, por lo mismo, podemos también leerlo como un libro rico de amor sin más […] incluso indagando en tal estirpe, claro es, heterodoxa al caso.” Y lo más importante de todo: “Como en todo gran texto no se puede olvidar la historia ni se puede desechar la contemporaneidad. Y mezclarlos es arte de lector, claro, y arte de literatura”. No olvidemos por tanto la historicidad de la literatura e intentemos defender la conciliación de los tiempos; seguramente todos nos enriquezcamos un poco más siendo tan permeables como ese amigo olvidado por la historia entre los anaqueles.

Artículo publicado en la revista Culturamas (14.VI.2012)