Edmund Burke /// Interpretación(es)

«Así sucede en las calamidades reales. En las miserias imitadas, la única diferencia es el placer resultante de los defectos de la imitación; pues nunca es tan perfecto, como para poder percibir que es una imitación, y de acuerdo con este principio nos complace de algún modo. Efectivamente, en algunos casos, sacamos tanto o más placer de esa fuente que de la cosa misma. Pero, entonces supongo que nos equivocaremos mucho si atribuimos una parte considerable de nuestra satisfacción en la tragedia a la idea de que la tragedia es un engaño y de que no representa la realidad. Cuanto más se acerca a la realidad, y cuanto más se aleja de la idea de ficción, más perfecto es su poder.

»Pero, sea cual sea su poder, éste nunca nos acerca a lo que representa. Escójase un día para representar la tragedia más sublime y conmovedora que conozcamos; nombremos los actores más favoritos; no ahorremos nada para los escenarios y decorados, y concentremos los mayores esfuerzos de la poesía, pintura y música; y cuando se haya reunido a los espectadores, justo en el momento en que sus mentes se encuentren predispuestas a la expectación, anunciémosles que un delincuente estatal de altos vuelos va a ser ejecutado en la plaza de al lado; en un momento, el vacío del teatro demostraría la comparativa debilidad de las artes imitativas, y proclamaría el triunfo de la compasión real. Creo que esta noción de que la realidad nos causa simple dolor, y la representación, un deleite, procede del hecho de que no distinguimos suficientemente lo que no haríamos bajo ningún pretexto y lo que no anhelaríamos ver si se hiciera en una ocasión. Nos complace ver cosas, que, lejos de hacer, desearíamos ardientemente ver corregidas.

Edmund Burke retratado por James Barry, 1774 (National Gallery, Irlanda)

Edmund Burke retratado por James Barry (det.), 1774 / National Gallery of Ireland

»No creo que haya hombre tan extrañamente maligno, que desee ver destruida esta noble capital, orgullo de Inglaterra y de Europa, por una configuración o un terromoto, aunque estuviera muy alejado del peligro. Pero, supongamos que haya ocurrido tan fatal accidente, ¿cuántas personas acudirían de todas partes para contemplar las ruinas, y cuántas de entre ellas habrían estado satisfechas con no haber visto nunca Londres en su majestuosidad? Nuestra inmunidad en lo concerniente a miserias ficticias o reales no es causa de goce para nosotros; lo digo por propia experiencia. Sospecho que este error se debe a una especie de sofisma con el que frecuentemente nos engañamos; éste nace de nuestra falta de distinción entre lo que efectivamente es una condición necesaria para hacer o padecer cualquier cosa en general, y lo que es la causa de algún acto particular. Si un hombre me mata con una espada es preciso para ello que ambos estuviéramos vivos antes del suceso; y, sin embargo, sería absurdo decir que el hecho de que ambos fuéramos criaturas vivientes fue la causa de su crimen y de mi muerte. De modo que, verdaderamente, es necesario que mi vida no esté ante ningún peligro inminente, antes de que pueda gozar del sufrimiento de los demás, sea real o imaginario, o de cualquier causa. Pero, entonces, es un sofisma argumentar a partir de aquí, que esta inmunidad es la causa de mi deleite, tanto en éstas como en otras ocasiones. Nadie puede distinguir semejante causa de satisfacción en su propia mente, creo; aunque no suframos un dolor intenso o no nos hallemos expuestos a un peligro inminente, podemos sentir por los demás, en la medida en que sufrimos; y, a menudo, mucho más cuando la aflicción nos ablanda; vemos con lástima pesares, que incluso aceptaríamos en lugar de los nuestros.»

 

«De los efectos de la tragedia», cit. Edmund Burke, De lo sublime y de lo bello, Madrid, Alianza, 2010 (1757), pp. 75-77.

Camille Claudel rediviva

Una escultora: Camille Claudel. Una actriz: Vicky Peinado. Una compañía: Turlitava Teatro. Una sala: La Puerta Estrecha. Con estos cuatro nombres uno podría tener suficiente para que sus sentidos se vieran impelidos a indagar en la obra de esta genial creadora. Camille Claudel fue una escultora agazapada en el tiempo y eclipsada sin miramientos por la impenitente sombra del que fue su maestro y amante, Auguste Rodin. Partiendo de una obra original concebida por Sandra Massera en su texto Locas, TurliTava Teatro ha decidido reinterpretar la figura de esta artista atormentada, entre otras cosas, por las vicisitudes de su tiempo. Siendo la opera prima de Jana Pacheco, la directora ha tomado el cuerpo como punto de partida y ha profundizado en diversos mecanismos corporales para intentar llegar al fondo de la creación artística pulsando teclas que hasta el momento no son convencionales.

Vicky Peinado se viste de Camille Claudel

Vicky Peinado se viste de Camille Claudel (Foto: Patricia Domínguez del Pino)

Pero antes de hablar de la estética de la obra, detengámonos un momento en su puesta en escena. Oscura, lúgubre, húmeda y opaca, así se recrea la celda entre bastidores de Montdeverges donde Camille Claudel pasó los últimos treinta años de su vida. Una mujer que arremete contra el tiempo a fuerza de espasmos, la lucidez que surge a borbotones de una mente preclara y revolucionaria, hostigada por sus allegados y convencida de que sus seres queridos no han podido hacerle eso. Está encerrada y ella lo sabe, pero su indefensión le vuelve voluble. Por momentos, el ímpetu creativo aflora empujándola a la acción, se mueve, se convulsiona, pero sólo tiene una cama destartalada y un par de prendas que ponerse, entre ellas, un chaquetón que ella atribuye a Rodin y con el que puntualmente flirtea en un juego maravilloso que va del amor al odio rotundo.

Camille se frota los brazos (Foto: Patricia Domínguez del Pino)

Camille se frota los brazos (Foto: Patricia Domínguez del Pino)

Nos enfrentamos a un texto en primera persona duro y descarnado. Una herida que sangra como esas gotas de agua que caen tímidamente en una tinaja de latón. Una temible costra psicológica, en definitiva, a la que también concurre la belleza.  Porque, dicho sea de paso,  La Puerta Estrecha -aviso para navegantes- es un lugar de esos en los que el aura dormita y despierta cuando entra y sale el público. Qué sala no, se estarán preguntando. En este caso lo vimos en Marx en Lavapiés de Benjamín Jiménez, en Tío Vania de Chéjov o incluso en La danza de la muerte de Strindberg. En efecto, no se trata de ninguna casualidad.

Camille y su sombra (Foto: Patricia Domínguez del Pino)

Camille y su sombra (Foto: Patricia Domínguez del Pino)

La dramaturgia, firmada también por Jana Pacheco, propone distintos problemas que van desde el abordar la acción desde el cuerpo y no desde la palabra, que puede ser ciertamente rompedor y que, es más, resulta acertado, al hecho musical en sí mismo, esto es, la simultaneidad de ritmo y movimiento, batidos ambos en un cuerpo y expresada por sutiles bocanadas de oxígeno que nacen de la protagonista. Decíamos que la belleza también comparece. Pues bien, en ese maridaje entre cielo y tierra, regado por una línea sonora fruto de la colaboración entre el grupo Sogorda y Surfea y Fernando Epelde, irrumpe poderosa la poesía de la desesperación. Camille se aferra al terruño de su arcilla arrastrándose en el abismo del suelo, al negro carboncillo con el que escribe cartas en sus propias sábanas, a sus imaginaciones, al delirio del que no se siente presa sino cazador. A la sazón, uno entra a tientas buscando el interruptor y durante toda la función se siente desamparado, no halla la luz, pero la empatía sinérgica se apodera de una experiencia que la música y la voz de Vicky Peinado se proponen apaciguar, y sin embargo, seguiremos sin encontrar el dichoso interruptor. Tal vez la razón de ser de esta obra radique ahí mismo. Como espectadores nos sentimos sumidos en la misma agonía y, de algún modo, llegamos a formar parte de la escena.

Camille y su parasol (Foto: Patricia Domínguez del Pino)

Camille y su parasol (Foto: Patricia Domínguez del Pino)

Otra de las cosas que se nos plantea en esta versión es la necesidad de revisar una buena parte de la historia del arte del siglo XX, fundamental, para comprender el poder del que gozan los medios y la propaganda reservados al servicio interesado del arte. Me refiero a la campaña de silenciación de la obra de Camille Claudel respecto de la de Rodin y a los modelos que el célebre escultor tomó de su alumna y que luego él firmó sin que por ello le temblara mínimamente el pulso. A algunos les podrá parecer una lectura sesgada, pero nunca inverosímil. El acierto de esta versión de TurliTava Teatro es, por un lado, someterse al mayor de los retos teatrales, la frialdad de la primera persona, solventado con holgura gracias a una inspirada Vicky Peinado que administra el terco silencio con dominio. Tablas. Y por otro lado está la apuesta por un tipo de teatro arriesgado y a la vez comprometido, que se salta a la torera muchos grandes conceptos resquebrajando de una vez por todas el espejo de la imitación. Cuerpo, expresión y belleza. Hacía tiempo que no se veía algo tan extraño y tan monstruoso, tan hermoso. Ahora queda pensar que Camille Claudel ha resucitado, ya que cuerpo, y no sólo verbo, se han hecho carne. Enhorabuena. Cartel de Camille (Turlitava Teatro, 2014)

17 de enero – 30 de marzo de 2014, de viernes a domingo, 20:30 h,

en La Puerta Estrecha

Calle Amparo, 94 – 28012 (Madrid) / Telf: 91. 467 22 24

Entradas con 20% de descuento aquí.

TurliTava Teatro en Facebook y Twitter

Puedes escuchar la banda sonora de Sogorda y Surfea en el portal de Bandcamp.

/// ficha técnica ///

DIRECCIÓN y DRAMATURGIA / Jana Pacheco

TEXTO ORIGINAL / Locas, de Sandra Massera

INTERPRETACIÓN / Vicky Peinado Vergara

COREOGRAFÍA / Chus de la Cruz

ESPACIO SONORO / Manu Vega y Alfonso Sáenz  (Sogorda y Surfea) y Fernando Epelde

ESCENOGRAFÍA y DISEÑO GRÁFICO / Nicolás Fryd

DOCUMENTACIÓN / Benjamín Jiménez de la Oz

GESTIÓN y DISTRIBUCIÓN / Luis Illán y Alberto Basas

COMUNICACIÓN / Vicky Peinado Vergara y Paco Puerta

IMAGEN / Patricia Domínguez del Pino, Nora Gehrig y Pablo Bonal

PRODUCCIÓN / TurliTava Teatro

COLABORACIÓN / Soraya Gamuz

Atrabilis o Mi reino por un verso

 

https://i0.wp.com/img844.imageshack.us/img844/8793/backcoveroriginalsmall.jpg
A los muros de Amor vuelven los ojos; del jardín que se intuye
al otro lado proviene una melodía antigua que ensancha la luz,
hiere la carne y traspasa la memoria.
A sus pies, a la amargura del dulce asedio, han acudido reyes,
sabios, doncellas, cretinos, taimados, espíritus sin paz, asesinos,
tahúres, borrachos, ladrones, generosos y mezquinos, escuderos,
vigías, generales y mercenarios. Algunos sólo conocen la gris melancolía
de los paisajes del Norte y otros han dejado en el camino
los últimos jirones del Mediodía. Hay peregrinos que borraron su
nombre en las arenas derrotadas del desierto, algunos traen selvas
en los labios, hojarasca entre los dedos, tatuajes de un tiempo
sin horas en los brazos, dorsos de alheña, pupilas de ventisca.
Otros rompieron la piel contra el salitre en el intento loco
de gobernar locas naves sin gobierno. Los naúfragos, los que se
descuajaron junto a las cuadernas y los mástiles en mitad del océano
sin conciencia, acarrean a los hombros el sueño quimérico de
los libros y las playas, arrastran madera de deriva y cofres
de nostalgia innumerable. Los culpables, irredentos cincelados
en guerras nocturnas, buscan la expiación que las calles les negaron.
Las caravanas han detenido aquí su paso, han plantado
sus tiendas frente a las fuentes siempre frescas. Las damas tejen
el cuento sin principio, aguardan la señal, hilan la ceremonia.
La explanada crece con ejércitos desharrapados, los bosques
susurran la traición inexorable y mecen en sus ramas la extraña
letanía del olvido. Se oyen voces de otro mundo y voces tan vecinas
que se confunden con el aliento más privado.
Suenan zanfoñas y vihuelas.
Leves pasos rozan la penumbra. Los actores y los tramoyistas
se confunden con aquellos que sencillamente vinieron a
observar. Se agita en un temblor febril el escenario, crujen como
nieve virgen los tablones, el telón se desliza y rompe a hablar
el verso.

 

A los muros de Amor, de Francisco José Martínez Morán. Texto introductorio compuesto y realizado ad hoc para la edición de William Shakespeare, Jardín circunmurado, Valencia, Pre-Textos, 2012, pp. 23-24.