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Edmund Burke /// Interpretación(es)

«Así sucede en las calamidades reales. En las miserias imitadas, la única diferencia es el placer resultante de los defectos de la imitación; pues nunca es tan perfecto, como para poder percibir que es una imitación, y de acuerdo con este principio nos complace de algún modo. Efectivamente, en algunos casos, sacamos tanto o más placer de esa fuente que de la cosa misma. Pero, entonces supongo que nos equivocaremos mucho si atribuimos una parte considerable de nuestra satisfacción en la tragedia a la idea de que la tragedia es un engaño y de que no representa la realidad. Cuanto más se acerca a la realidad, y cuanto más se aleja de la idea de ficción, más perfecto es su poder.

»Pero, sea cual sea su poder, éste nunca nos acerca a lo que representa. Escójase un día para representar la tragedia más sublime y conmovedora que conozcamos; nombremos los actores más favoritos; no ahorremos nada para los escenarios y decorados, y concentremos los mayores esfuerzos de la poesía, pintura y música; y cuando se haya reunido a los espectadores, justo en el momento en que sus mentes se encuentren predispuestas a la expectación, anunciémosles que un delincuente estatal de altos vuelos va a ser ejecutado en la plaza de al lado; en un momento, el vacío del teatro demostraría la comparativa debilidad de las artes imitativas, y proclamaría el triunfo de la compasión real. Creo que esta noción de que la realidad nos causa simple dolor, y la representación, un deleite, procede del hecho de que no distinguimos suficientemente lo que no haríamos bajo ningún pretexto y lo que no anhelaríamos ver si se hiciera en una ocasión. Nos complace ver cosas, que, lejos de hacer, desearíamos ardientemente ver corregidas.

Edmund Burke retratado por James Barry, 1774 (National Gallery, Irlanda)

Edmund Burke retratado por James Barry (det.), 1774 / National Gallery of Ireland

»No creo que haya hombre tan extrañamente maligno, que desee ver destruida esta noble capital, orgullo de Inglaterra y de Europa, por una configuración o un terromoto, aunque estuviera muy alejado del peligro. Pero, supongamos que haya ocurrido tan fatal accidente, ¿cuántas personas acudirían de todas partes para contemplar las ruinas, y cuántas de entre ellas habrían estado satisfechas con no haber visto nunca Londres en su majestuosidad? Nuestra inmunidad en lo concerniente a miserias ficticias o reales no es causa de goce para nosotros; lo digo por propia experiencia. Sospecho que este error se debe a una especie de sofisma con el que frecuentemente nos engañamos; éste nace de nuestra falta de distinción entre lo que efectivamente es una condición necesaria para hacer o padecer cualquier cosa en general, y lo que es la causa de algún acto particular. Si un hombre me mata con una espada es preciso para ello que ambos estuviéramos vivos antes del suceso; y, sin embargo, sería absurdo decir que el hecho de que ambos fuéramos criaturas vivientes fue la causa de su crimen y de mi muerte. De modo que, verdaderamente, es necesario que mi vida no esté ante ningún peligro inminente, antes de que pueda gozar del sufrimiento de los demás, sea real o imaginario, o de cualquier causa. Pero, entonces, es un sofisma argumentar a partir de aquí, que esta inmunidad es la causa de mi deleite, tanto en éstas como en otras ocasiones. Nadie puede distinguir semejante causa de satisfacción en su propia mente, creo; aunque no suframos un dolor intenso o no nos hallemos expuestos a un peligro inminente, podemos sentir por los demás, en la medida en que sufrimos; y, a menudo, mucho más cuando la aflicción nos ablanda; vemos con lástima pesares, que incluso aceptaríamos en lugar de los nuestros.»

 

«De los efectos de la tragedia», cit. Edmund Burke, De lo sublime y de lo bello, Madrid, Alianza, 2010 (1757), pp. 75-77.

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Amor sacro y amor profano – Un día en el museo

Le Corbusier. Un atlas de paisajes modernos / CaixaForum Madrid

Le Corbusier. Un atlas de paisajes modernos / ©CaixaForum Madrid

La semana pasada fui a la rueda de prensa de la nueva exposición de CaixaForum Madrid, ya saben, una de esas exposiciones fantásticas de la que cuelgan carteles publicitarios por toda la ciudad y que todo el mundo, más tarde o más temprano, termina visitando, bien por un acto inducido a través de la publicidad, bien por el objeto de la exposición. En este caso era Le Corbusier. ¿Quién no ha oído hablar de la figura que cambió el concepto de arquitectura en el siglo XX? Ahora en serio, ¿quién no conoce, aun de pasada o de oídas, a Le Corbusier? Evidentemente, muy pocos.

Llegué un poco aturdido porque no encontraba mi sitio y el sol de la capital se mezclaba con el olor a hormigón armado de las obras del eje Prado-Recoletos (qué guasa, por cierto, tienen algunos consejeros cayendo la que está cayendo). Un desastre. Pero nada más entrar reconozco al gran Le Corbusier y todo parece dispuesto a comenzar. Como no hay dos sin tres, como bien reza el título de una reciente película protagonizada por tres mujeres y dos neuronas, el primer disgusto (y no es el primero en CaixaForum Madrid) viene desde el amor por los libros y la memoria: no hay catálogo. Me considero filántropo, lo reconozco desde ahora mismo, y admito que esta desmesura puede resultar inapropiada para algunas ocasiones. En este caso no es así, se trata de una muestra que partió del MoMA de Nueva York y ha recorrido la Gran Manzana con un éxito apabullante (¡400.000 visitantes en apenas tres meses, nos dice la nota de prensa! ¡Wow, me digo en yankee!), ha recalado primero en Barcelona y aterrizó finalmente en Madrid. Pues qué bien, vuelvo a decirme.

Le Corbusier, Maqueta del Palacio de los Soviets, Moscú (1931-1932) / MoMA

Le Corbusier, Palacio de los Soviets, Moscú (maqueta, 1931-1932) / ©MoMA

Lo primero que veo es un despliegue de medios como bien requiere la ocasión. A regañadientes saludo y despacho cual hombre de negocios a alguna cara conocida en la sala, al staff del CaixaForum con esa amabilidad constante de la que siempre estás obligado a sospechar y a algún asiduo a estas citas de museo. ¡Claro, el catálogo! Esa es la clave de bóveda de mi profundo malestar.

Aún así, me dispongo y predispongo a ver la muestra, las obras, las piezas, las recreaciones, las fotografías y todo el sinfín de objetos y la costosa parafernalia que ha debido suponer armar tamaña exposición. Espectacular. Es la bomba, de veras, las maquetas que han traído de la Fundación Le Corbusier de París son magníficas. Allí te quedas embobado viendo Ronchamp en madera, o los dibujos de Roma que Le Corbusier tomó basándose en el famoso grabado de Pirro Ligorio de 1561, o la maqueta de la llamada (excéntricamente, por supuesto) «ciudad jardín vertical» de Marsella de los años 40 (la conocida como l’unité d’habitation), o, o, o… Faltaba culminar algunos detalles técnicos como la sala didáctica dedicada a los más pequeños de la casa (creo que esta es la fórmula publicitaria correcta) y algunas proyecciones en monitores pero, así y todo, para ser sinceros -de esto se trata-, la puesta en escena resulta apabullante. Más tarde llegaron las autoridades y tomaron su asiento, hablaron y vendieron y justificaron el proyecto. Pero desde el punto de vista académico, la decepción fue supina. Con todas las variantes que se quieran, mucho larala y poco lerele, que se dice en castizo. En ese momento es cuando uno sabe que lo importado sigue vendiendo mucho más y que bastan dos nombres de ciudades y tres apellidos para encandilar a la ignorancia. Mal. Muy mal, señores. Como diría mi vecino del cuarto con todo su dudoso aspecto pero con algunos vigorosos valores que no dan ni media docena de carreras universitarias: «Las cosas, a la cara».

Le Corbusier, Capilla de Notre Dame du Haut, Ronchamp (1950-1955) / ©Fondation Le Corbusier 2014

Le Corbusier, Capilla de Notre Dame du Haut, Ronchamp (1950-1955) / ©Fondation Le Corbusier 2014

Para colmo, desde nuestra posición, se han lanzado varias preguntas que inciden en la faceta política de Le Corbusier. ¿Cuál es la herramienta arquitectónica que usó Le Corbusier, si es que la hubo, para poner patas arriba la política? ¿Saben cuál fue la respuesta? Yo tampoco, creo que todavía no la han contestado, pero ¿de verdad luchó políticamente contra las fuerzas establecidas? Ay, amigo mío, el cerviche se desmontó definitivamente. ¡Pero si Le Corbusier fue un arquitecto que satisfizo las demandas aristocráticas de la oligarquía de medio mundo! ¿Por qué demonios iba a morder la mano que le alimentaba? Claro, esto en los libros no se acentúa. ¿Para qué? Se subraya la innovación, la genialidad, la originalidad (toma mandanga) y la evolución de la arquitectura. Permítanme que lo diga a lo Cela: manda cojones. Acabáramos. ¡Es una exposición de estilo!

Pueden imaginarse cuál era mi talante después de que el entuerto se hubo desvestido por completo. Desgraciadamente el catálogo fue la justa premonición de la catástrofe, pero yo me preguntaba, de hecho me lo sigo preguntando: ¿necesitamos exposiciones tan tremendas cayendo la que está cayendo, con estos presupuestos grasientos y alevosos, para que luego no nos digan nada y salgamos de la sala admirando el estilo de Le Corbusier? ¿¡El estilo!? Si éticamente podemos tolerar algo así y callar, definitivamente nos hemos vuelto todos locos. Me niego a formar parte de esa caterva cultural, periodistas y reporteros incluídos, cuidado, porque el pastel rebosa merengue y aquí nadie quiere dejar escapar su bocado.

El caso es que, al fin y al cabo, salí trastocado de allí, como cojitranco en mi conciencia, sabiendo además que las cosas ya no son como antes, que ahora todo el público ha de pagar a menos que sea cliente de La Caixa y cosas por el estilo, que se ningunea la cultura y que aquí nadie dice nada. Todos contentos, eso sí, diciendo «qué bonito», «qué bonito», «qué bonito», hasta que -Dios no lo quiera- se convierta en el último hit de Manu Chao o Pau Donés. Qué bochorno.

Rogier van der Weyden, Descendimiento, ca. 1435 / ©Museo del Prado

Rogier van der Weyden, Descendimiento, ca. 1435 / ©Museo del Prado

No quería volver a mi casa con esa amarga sensación, en realidad no podía permitírmelo, así que crucé al otro lado del Paseo del Prado sorteando ese olor a hormigón seco, pestilente y repugnante que se te mete en las narices para recalar en el Museo del Prado. Antiguos y modernos, créanme, el Prado es el reducto de paz más escandaloso que he conocido en mi vida después del Bargello en Florencia. Consigue ahogar mis penas, me desentumezco de la realidad y, al contrario de lo que pueda parecer, no me evado, vuelvo al problema entendiendo el problema. ¿Que cuál es? Una alarmante dejadez cultural. Hace mucho tiempo que no percibo visitantes solitarios en las salas, visitantes de esos que no necesitan el pretexto ridículo y pertinente de acompañar a alguien para visitar un museo; sin embargo, sí proliferan los grupos de jubilados, chinos, camboyanos o japoneses que acuden en masa cámara en mano precedidos de una correspondiente banderita que hace las veces de cicerone. Ni mucho menos pretendo instrumentalizar, pero entiéndanme, veo más revolución en pinturas de Antonello, Van der Weyden, Tintoretto o Goya sin ser expuestas, que una exposición de Le Corbusier con más de un centenar de piezas llevadas en volandas.

Círculo de Pedro de Berruguete, Virgen con el Niño (posterior a 1483) / ©Museo del Prado

Círculo de Pedro de Berruguete, Virgen con el Niño (posterior a 1483) / ©Museo del Prado

Me admiro delante del Descendimiento como epítome de la pintura flamenca y me digo que qué bárbaro es ese tal Weyden, que vio algo que ningún otro vio y que luego todos imitaron. Me digo también que hay que tener valor, coraje y sabiduría para romper con la mirada impuesta desde arriba, que se necesitan arrestos de verdad para provocar un absoluto divorcio estético con la mirada. Luego voy hacia la conocida como Virgen de la Leche, cuya autoría sigue sin encontrar consenso pero en la que yo creo ver el aura del maestro, con ese recogimiento tan español y a la vez tan sutil, importado en parte de Flandes y en parte de Urbino, como si Flandes y Urbino pudieran resumir una gran parte de la pintura europea de vanguardia de finales del XV. Allí fue nuestro Berruguete, a Italia, posiblemente el más afortunado de todos los pintores palentinos de la Edad Moderna, a pintar y a codearse con la élite humanística más brillante que ha conocido la civilización occidental. Por ejemplo con el duque Federico, con su hijo Guidobaldo, con Piero, ¡Piero della Francesca!, con todos pudo conversar y de todos ellos se nutrió para importar a España algo que nadie hasta el momento se había atrevido a cristalizar con tanta hondura: convertir a la Virgen en mujer, a Dios en hombre y a los santos en héroes. Humanizar lo divino. Qué soberbia la de maese Pedro. Claro que nosotros no entendemos nada si no nos hablan de política; sin embargo, la política de entonces estaba supeditada al dominio de la Iglesia, por lo que nuestra perspectiva, al observar estas impurezas, debería ser otra muy distinta. Pero tampoco se queda atrás Goya, para muchos mucho más contemporáneo, cercano y palpitante, cuyo Perro es el símbolo demoledor de la devastación más absoluta, además de una declaración de intenciones pictóricas con pocos precedentes en la historia de la pintura. A Goya, así como a los maestros que he nombrado, no les hacen falta carteles publicitarios. Es irrelevante el número de personas que visiten sus salas. No importa. Ellos (artífices) y ellas (obras) seguirán leyendo en nuestro rostro el síntoma de una amarga pero consentida derrota.

El caso es que siempre salgo revitalizado de allí, pero también me preocupa el desafecto generado y generalizado más allá del dato anecdótico, me siento alarmado por nuestra progresiva incapacidad de mirar y, sobre todo, por esa agravante sensación de que algo se nos está escapando de las manos, de que algo allí, en los cuadros, sin mencionar las instituciones, está escrito y nosotros no llegamos a leer.

Francisco de Goya, Perro semihundido (1820-1823) / ©Museo del Prado

Francisco de Goya, Perro semihundido, det. (1820-1823) / ©Museo del Prado

Con todas las facilidades que se nos presentan, con toda la tecnología a nuestra disposición, con todos los medios de los que hoy podemos echar mano sin gastar un euro, tan sólo voluntad, la más cara de las atenciones humanas, no somos capaces de ver tres en un burro. Es curioso, por otra parte, comprobar e intuir que las cifras de los museos del mundo se engrosan a base de paquetes turísticos y no de una intención firme de conocimiento. Como humanista, filántropo y otras ridiculeces incapaces de guiarme hacia la puerta de salida de este abismo, declaro el estado de excepción de la cultura desarrollada, lo que en realidad son dos tipos de cultura enfrentadas. Adiós a la atenta mirada de la sabiduría, bienvenido el entretenimiento. Si una es el feo testimonio del desastre, la otra necesita maquillarse antes de salir al mercado. Ya lo he dicho antes. Amor sacro y amor profano.

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Georg Simmel /// Interpretación(es)

Georg Simmel-hacia 1914 / Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz

Georg Simmel hacia 1914 / Bildarchiv Preussischer Kulturbesitz

«Existe una obra de Miguel Ángel a la que no se aplica cuanto llevamos dicho, en la que no se siente el dualismo de las direcciones de la vida, que queda superado por la forma artística, ni tampoco ese otro, mucho más recalcitrante, entre las cerradas figuras plásticas y su anhelo de infinito. En la Pietà Rondanini ha desaparecido por completo la violencia, la oposición, la lucha; no hay, por decirlo así, materia alguna contra la que el alma tuviera que defenderse. El cuerpo ha renunciado a la lucha por sus prerrogativas, las figuras están como sin cuerpo. Con esto, Miguel Ángel niega el principio vital de su arte; pero si ese principio le intrincó en ese terrible e insoluble conflicto entre una pasión trascendental y sus formas de expresión corpóreas, forzosamente inadecuadas, no por ello consiguen en esta ocasión aplacar esta contradicción. La salvación es puramente negativa, nirvánica; se ha renunciado a la lucha, sin victoria y sin aplacamiento. El alma, liberada de la pesadez del cuerpo, no inicia el curso triunfal de lo trascendente, sino que ha desfallecido en el umbral. Es la obra más traicionera y trágica de Miguel Ángel; rubrica su incapacidad para lograr la salvación por la vía artística mediante la creación centrada en la visión sensible.

»He aquí la radical y estremecedora fatalidad de su vida, como nos lo dan a entender sus últimas poesías: ha puesto toda su alma, todo el doloroso esfuerzo de su vida en una creación que no ha satisfecho sus necesidades más profundas, últimas, porque esa creación discurre en un plano que no es el de los objetos de su nostálgico anhelo.

 

Las mentiras de este mundo de quitaron

el tiempo para contemplar, entregado, a Dios

*

Ni pintar ni esculpir apaciguan el alma

que busca el amor de Dios que, en la Cruz,

abre sus brazos para acogernos.

*

A quien vive para eso, lo que muere

no le puede calmar el anhelo.

 

»No hay duda: su vivencia más profunda y terrible fue que no veía en sus obras los valores eternos; que se dio cuenta que ella discurría por unas vías que no podían llevarle en modo alguno a lo que importaba. Las confesiones poéticas de Miguel Ángel nos dan a entender bien claramente que, para él, en el arte que crea y en la belleza que adora, reside algo suprasensible que les presta su valor. Habla de una belleza beatífica de los hombres representados por el arte; pero si el tiempo hubiera injuriado la obra

 

… resurge, fuera del tiempo, la belleza primera

y conduce los vanos deseos a un reino superior.

 

»Y la gran crisis de su vida ha sido que, creyendo en un principio que el valor absoluto, la idea que se cierne sobre todas las visiones, está dignamente representada en la contemplación del arte y de la belleza, en la edad provecta tuvo que reconocer que ese valor absoluto reside en alturas inaccesibles para el arte. Su más profundo dolor metafísico fue que aquello en lo cual se nos manifiesta lo absoluto, lo perfecto, lo infinito, a saber, la apariencia y su encanto, nos lo oculta a la vez, es decir, que nos promete conducirnos a él y nos desvía. Y esta idea alcanzó proporciones de crisis y de dolor estremecido, porque su corazón y su pasión sensible, artística, continuaron prisioneros, con la misma intensidad que antes, en esas encantadoras apariencias. Se consuela con un consuelo que, en lo profundo, no cree: que no puede ser pecado amar la belleza, ya que Dios la ha hecho.

Miguel Ángel, 'Pietà Rondanini' (det.), 1555-1564, Castello Sforzesco (Milán) / Imagen de Archivo

Miguel Ángel, ‘Pietà Rondanini’ (det.), 1555-1564, Castello Sforzesco (Milán) / Imagen de Archivo

»Se comprende que su alma fuera dominada por el arte y por el amor; porque en el uno y en el otro creemos poseer en lo terreno algo que trasciende.

 

Lo que yo leo y amo en tu belleza

es algo lejano y extraño para una criatura;

quien quiera contemplarlo tendrá que morir primero.»

 

Georg Simmel, Diagnóstico de la tragedia de la cultura moderna, Sevilla, Renacimiento, 2012, pp. 317-319.

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Ángel González García /// Interpretación(es)

«Acabo de hablar de La maison d’un artiste de Edmond de Goncourt como probable precedente de La casa della vita de Praz, pero Dios me libre de confundir ambos libros, ni mucho menos a sus autores. Praz fue un reputado historiador, mientras que los Goncourt se las daban de artistas, aunque sus libros sobre el arte y la sociedad franceses del siglo XVIII me parezcan a mí muy superiores al que Praz escribió sobre el Gusto neoclásico, que fue donde arregló su «bibelotmanía», habiendo preferido los Goncourt orientarla hacia una época en la que los atractivos de la vida mundana no habían hecha muy necesaria esa manía, que los Goncourt consideraban un modo de aliviar «la tristeza de los días actuales» e incluso de llenar su «vacío». Quiero decir que los Goncourt sentían una genuina nostalgia del Antiguo Régimen que empezaba por el recuerdo de sus abuelos, mientras que Praz, que ningún recuerdo propio podía conservar de una época tan alejada, sólo la sentía de las cosas que habían quedado en ella y hacia las que ella sin embargo no había desarrollado la manía de apropiación y acumulación que nos devora a los modernos. Los Goncourt, pues, sentían nostalgia de lo que habían perdido, y Praz en cambio de lo que no había tenido, lo que no deja de ser una nostalgia falsificada, un poco como aquella burguesía termidoriana que precisamente había maquinado ese dichoso gusto neoclásico, que no consistía tanto en una espontánea inclinación a lo clásico como en su bien calculada simulación, un pastiche arqueológicamente plausible, todo un logro de la nueva ciencia de la Historia, un revival, como se iba a denominar a la reconstrucción de cualquier estilo del pasado; el neoclasicismo por ejemplo, que no habría sido más que el primero de una serie de historicismos, donde, obviamente, su historicidad prevalecía sobre otras cualidades, y sobre todo las de orden estilístico, que son paradójicamente las que se decía querer rescatar y reconstruir. De manera que en el neogótico no era el estilo gótico lo que más importa, sino el hecho de tratarse de algo que se había dado en circunstancias históricas muy concretas y en íntima e indisociable relación con toda clase de imágenes y relatos contemporáneos, que a menudo trascendían la experiencia inmediata de esa forma de hacer arte para perderse en divagaciones y ensoñaciones de índole muy distinta, lo que nos lleva a preguntarnos si los que a principios del siglo XIX proclamaban su pasión por las abadías y catedrales góticas no estarían disimulando otra mucho más fuerte por las novelas de Walter Scott.

Ángel González García en 2011 (Foto: Graciela del Río)

Ángel González García en 2011 (Foto:  Graciela del Río)

»La idea -modernísisma y algo tonta- de que el arte del pasado es fundamentalmente un instrumento de conocimiento de ese pasado en general, o por decirlo de un modo complementario: que el arte es esencialmente obra de su tiempo, como si eso no fuera una verdad de Perogrullo, me parece a mí la misma idea que se deduce de los historicismos artísticos y ha hecho además de la Historia del Arte una disciplina al servicio de la Historia, auxiliar y acomodaticia, sin que, contrariamente a lo que ahora se cree a pie juntillas, el reconocimiento del «contexto histórico» de una obra de arte la haga mucho más inteligible y en modo alguno más placentera. Lo diré francamente: el gusto neoclásico, la especialidad de Praz, no sólo como historiador sino también como bibeloteur, era antes que nada gusto por la Historia, y por lo tanto una afección, y a menudo incluso una manía, de quienes se veían a sí mismos como sujetos o agentes de la Historia Universal, testigos y protagonistas de grandes acontecimientos históricos. Que en su condición de tales simpatizaran con sus iguales de la Historia Antigua no era lo más importante, y de hecho pronto se vería que dicha simpatía podía extenderse a cualquier otro período, incluyendo uno tan oscuro y dudoso como el que se invocaba en las canciones de gesta del falso Ossian. La identificación de Napoleón con sus héroes no debilitaba su fuerte conciencia de estar «haciendo historia» desde que se despertaba hasta que se acostaba. El destino de toda esa literatura heroica, y en concreto sus usos políticos, pone de manifiesto que durante el siglo XIX se vio por doquier como una forma de Historia más que de Poesía, y de ahí el éxito entre los románticos alemanes de que la Poesía no sea otra cosa que la Historia»

 

Ángel González García, Roma en cuatro pasos seguido de Algunos avisos urgentes sobre decoración de interiores y coleccionismo, Madrid, Ediciones Asimétricas, 2011, pp. 77-81.

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Frederick Antal /// Interpretación(es)

Capilla Sixtina, 1508-1512 (Foto: © J. Albertos)

Capilla Sixtina, 1508-1512 (Foto: © J. Albertos)

«La valoración del grado y el modo de la concepción cúbica de Miguel Ángel y el tratamiento sucinto de las figuras en sus diversos dibujos y su relación, desde este punto de vista, con los manieristas, dependerá de la fase que un dibujo particular represente dentro de su proceso de trabajo; en consecuencia, el aspecto estilístico de este problema es demasiado complejo para estudiarlo en este libro, por lo que aventuro sólo unas observaciones. En los primeros dibujos de carácter detallado hacia 1501-1503 aparecen ocasionalmente sugerencias de una relación como de bloque entre el cuerpo y el ropaje y de bordes angulosos en los pliegues. En el período de la Sixtina encontramos, en Miguel Ángel, compresiones, abreviaciones de carácter cúbico que abarcan toda la figura, principalmente, me parece, en sus dibujos rápidamente ejecutados y en muy pequeña escala, concebidos como modelos de trabajo, para las figuras indiviiduales del techo de la Sixtina. El aislamiento plástico-cúbico de las figuras, en el caso de escenas elaboradas, se encuentra más en dibujos de los manieristas del decenio de 1520, en el apogeo de la primera gran ola de manierismo, particularmente percceptible en Rosso, que no sólo construye el volumen del cuerpo cúbicamente, sino que, además, presenta planos casi cubistas en el ropaje. Por otro lado, las figuras cúbico-monumentales de los últimos dibujos de Miguel Ángel, de la segunda mitad del decenio de 1540 y 1550, y, al mismo tiempo, los bordes independientes y marcados de los pliegues en algunos dibujos más elaborados de las figuras individuales, en que ropaje y cuerpo aparecen absolutamente fundidos, son de carácter totalmente irreal, espiritualizado, desmaterializado; superan al Rosso del decenio de 1520, sin dejar de presentar, me parece, alguna relación con él.

»El tipo general de dibujos manieristas que copian los Antepasados simplifican y esquematizan de forma muy marcada. Incluso los grabados manieristas, que copian las mismas figuras, cambian ligeramente los originales en ese sentido cúbico. Blake, que tuvo una preferencia aún más marcada que Fuseli por los Antepasados, de entre las figuras de la Sixtina, por sus posibilidades manieristas, sólo los conoció gracias a esos grabados.»

 

Frederick Antal, Estudios sobre Fuseli, Madrid, Visor, 1989 (1956), pp. 219-220.

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Ortega y Gasset /// Interpretación(es)

José Ortega y Gasset retratado por Ignacio Zuloaga (1920)

José Ortega y Gasset retratado por Ignacio Zuloaga en 1920 (Fuente: www.epdlp.com)

«Todo escritor tiene derecho a que busquemos en su obra lo que en ella ha querido poner. Después que hemos descubierto esta su voluntad e intención, nos será lícito aplaudirla o denostarla.  Pero no es lícito censurar a un autor porque no abriga las mismas intenciones estéticas  que nosotros tenemos. Antes de juzgarlo tenemos que entenderlo. Lo propio acontece con el pintor  o con el músico. Quien, habituado a la plástica realista, mira un cuadro del Greco, suele no verlo. Esa mirada realista consiste en una predisposición a hallar la semejanza entre una superficie pintada y un trozo de corporeidad existente. Como el Greco no se ha propuesto en buena parte de sus cuadros crear esas semejanzas, claro es que no las hayamos o, mejor, que hallamos el vacío de lo que buscábamos. Y esta incongruencia entre el lienzo y nuestra predisposición deja en nosotros un sentimiento de fracaso. En lugar de reconocer que la pista seguida por nuestra mirada para entrar en el cuadro era falsa, hacemos a éste responsable de nuestra desilusión.

»Un día, en otro estado de espíritu, tal vez cuando dejamos suelta la rienda a la mirada, se desliza ésta sin saber cómo por las trayectorias que el pintor insinúa y súbitamente aquel vacío cuadro se puebla de sugestiones, se rellena de sentido y potencialidad. Hemos aumentado nuestro horizonte artístico, nos hemos puesto en contacto con un nuevo estilo, con una voluntad estética distinta de la que hasta entonces conocíamos. . Y es el hallazgo una clave que nos abre de par en par la obra toda de aquel artista. Ya no buscamos realidades en el Greco, sino arquitecturas de movimientos, rítmicas convulsiones.

»Esta advertencia pone de manifiesto el insondable absurdo en que suele caer la crítica literaria y artística, según se conduce en España. Por un mecanismo reaccionario que acostumbra a movernos en todos los órdenes de la cultura -lo mismo en religión que en política, en industria que en arte, o en el trato social-, tendemos a escribir la obra nueva dentro del círculo de las obras viejas. Es verdaderamente perverso el placer que siente un español cuando encuentra algo de hoy hecho enteramente con lo de ayer. Eso que hoy no sea hoy, sino ayer, nos produce un frenesí de entusiasmo. En cambio, no podemos tolerar la petulancia que muestran algunas cosas al pretender ser nuevas, distintas y hasta ahora no sidas. La innovación, el gesto creador, ese ademán con que se suscita algo nuevo sobre el haz del mundo nos parece casi, casi un gesto indecente, incompatible con la dignidad nacional. Lo único que de París encantó a un amigo mío, sumamente castizo, fue que el puente más viejo de la ciudad se llamase Pont Neuf.

»Tesitura tal lleva en arte al colmo del absurdo. Porque es esencial a un valor estético su irreductibilidad a todo otro valor estético. Para mí es Cervantes acaso la calidad más alta que en literatura existe; pero si ahora naciese otra vez, antes de que los críticos casticistas consiguiesen hacerle académico yo intentaría retrotraerlo a su tumba. Un segundo Cervantes sería la cosa más fastidiosa y superflua del universo.»

José Ortega y Gasset, El espectador, Barcelona, Salvat, 1983 (1934), pp. 40-41.

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Una giornata particolare /// Ettore Scola (1977)

Esta entrada es motivo de una casualidad fantástica. Confieso desde aquí, ya que nunca he tenido la oportunidad de incluir alguna entrada relativa al cine italiano, mi devoción por el neorrealismo y todo lo que tenga que ver con él. Casualmente, como decía, el lunes por la noche me topé con esta película de Scola. Sorpresa doble la mía al comprobar que aún se apuesta por este cine en cadenas públicas y que, además, se trata de una de las películas de menor exhibición dentro de los ciclos de este director. Veámosla de nuevo, me dije. El resultado es que me sobrecogió muchísimo más que la primera vez que la vi, no recuerdo cuánto hace, en cualquier caso poco tiempo, pero no retuve esta emoción cuando tuve la oportunidad en su momento. Fue del todo distinto y hoy me emociono de que así sea. Definitivamente sugerente, definitivamente resucitada, definitivamente hermosa. Y entonces consideré que lo más justo sería que le dedicase un espacio autónomo como es debido. No era mi intención hacer una glosa de datos conocidos, tampoco sobre los premios que recibió, que fueron muchos a pesar del escaso reconocimiento que se le tributa hoy. Sea como fuere, esta es mi reflexión sobre una de las películas más hermosas de la producción de este director italiano. Espero que os guste.

Cartel oficial de Una giornata particolare (Ettore Scola, 1977)

Cartel oficial de Una giornata particolare (Ettore Scola, 1977)

Roma, 6 de mayo de 1938. Gabriele es un disidente político y locutor de radio de la EIAR acusado de ser homosexual, pero nadie hasta el momento lo sabe. Las tropas de Hitler se encuentran de visita oficial en la «Città Eterna» congraciándose con Mussolini y el por entonces rey de Italia, Víctor Manuel III de Saboya. Gabriele (un insólito Marcello Mastroianni) debido a su orientación sexual ha sido relegado de su puesto en la radio y encuentra un apartamento donde sigue trabajando para una empresa de publicidad que le manda unas notas que luego transcribe. Pero el tiempo se le agota.

En ese modesto bloque de apartamentos de clase media del barrio de San Giovanni no queda nadie. Todos quieren ver la marcha militar fascista. Niños, padres y abuelos han salido pitando. Aunque no todos. Queda una mujer, Antonietta (Sophia Loren), esposa y madre de seis hijos. Ella ha decidido quedarse en casa para ocuparse de las labores domésticas y cumplir así con el régimen que acata sin el menor reproche. Comparte el apartamento con Rosamunda, una lora desquiciante con la que tiene una relación encantadora, tierna y absurda. En una de las conversaciones, Rosamunda sale sin permiso por la ventana del apartamento y Antonietta se desespera. Tiene la comida en el fuego y no sabe qué hacer. La cotorra se ha posado en el bloque contiguo y allí ve a un hombre cuya amabilidad, piensa, puede solucionar este lance inoportuno.

Entretanto, la arquitectura fílmica de la película se desenvuelve de manera desconcertante. El hilo sonoro repica continuadamente recreando la marcha de los caudillos fascistas entre los vítores enfervorecidos de la gente. Ettore Scola utilizó con aguda intención este recurso jugando con la apariencia de que es una vecina quien está escuchando el acontecimiento desde su casa a través de la radio. En efecto, si para prologar el film usa imágenes de archivo, ahora desea materializar la textura de una voz radiada cuyo recuerdo, tal vez, evoque la experiencia que él mismo debió tener por aquel entonces cuando a punto estaba de cumplir los 7 años.

Antonietta y el juego de la seducción frente al espejo

Antonietta y el juego de la seducción frente al espejo

Pero esto continúa. En el frattempo, como dicen con hermosura los italianos, Gabriele aparece meditabundo, pensativo, con las palmas de las manos en las sienes y en actitud depresiva. Tiene una pistola sobre el escritorio y todo hace sospechar que tiene intención de usarla. Un brote nervioso se apodera de él y tira todos los papeles que hay encima de la mesa. La situación no mejora y Gabriele se sume en la melancolía. Para cuando quiera hacer uso del arma de contrabando, Antonietta se le echa encima. Y no porque la mujer sea promiscua -escándalo social mediante-, sino porque necesita sin aliento recuperar su animal y llama a la puerta. Él es la solución de ella. Ella es la solución de él. Dos bellas líneas tangenciales que Scola superpone con una maestría y sensibilidad más propias de la literatura que del cine. Poesía en movimiento.

Un momento disparatado y divertido de la película

El momento más divertido y disparatado de la película. Gabriele descubre el monopatín de uno de los hijos de Antonietta y comienza a dar vueltas por su casa.

Era evidente por otra parte, claro está, que Gabriele y Antonietta entablaran una conversación de la que nacería el germen de un vínculo extraño y maravilloso, sin nombre pero con delicadeza, que terminará por unir a estos dos seres humanos en mitad de la desidia de la pobreza, la injusticia y el fascismo. Por de pronto, Antonietta le arrebata el silencio a Gabriele y éste, una vez la vecina abandona su apartamento para regresar al suyo, llama por teléfono a Marco (por lo que se deduce, hemos de suponer que se trata de su pareja, no sabemos si real o imaginaria) y comienza a hablar desaforadamente con él, narrándole este episodio que le ha hecho despertar a la bondad y la felicidad de la vida. No guarda el desaliento al hablar con Marco, el tono melancólico es una constante a pesar de que acaba de ver la luz. Le confiesa que, fruto de esa alegría relámpago, tiene ganas de hablar y de hablar, de contarle la vida a alguien. Sin éxito alguno, incita a Marco a hablar de algo, lo que sea, un libro que está leyendo, de deportes, del tiempo…

Estoy convencido de que aquí Ettore Scola quiso decirnos algo. El silencio es un arma a la que hay que doblegar. La palabra nunca está de más, mediante conflicto o complacencia, qué importa, porque la palabra, en el reino de los hombres y las mujeres, es la afirmación de la vida. Desde luego que el fascismo no era el canto de cisne que Scola y sus compañeros de generación quisieron para Italia, pero les tocó vivirlo en mayor o menor medida. Una de las respuestas más contundentes puede hallarse aquí mismo. Vibra con la frescura de una fruta recién recogida del árbol, suena al rocío de la mañana, huele como huele ver un atardecer en la montaña. Sencillamente maravilloso.

Una de las tomas más preciosistas del film

Una de las tomas más preciosistas del film

Al cabo de unas horas, y en mitad del desconcierto de Antonietta y la perplejidad de Gabriele, ambos vuelven a concurrir en el apartamento de ella. El pretexto es un libro (de nuevo las palabras, que nos harán libres). Una vieja edición italiana de Los tres mosqueteros de Dumas abre la puerta de la relación afectiva que más tarde terminará en amorosa. Ella no quiso llevárselo a pesar de la insistencia de Gabriele en que lo leyese. Ahora es él quien vuelve para regalárselo. Mientras tanto, Antonietta tiene la necesidad de preguntarle quién es, de dónde viene y a qué se dedica. La portera, Cecilia, una anciana roída por la voz del régimen y símbolo de la vieja Italia rural sometida a la ignorancia, atormenta a Antonietta llenándole la cabeza de opiniones negativas e insinuándole que Gabriele no es un tipo de fiar. Inmersa en esa conmoción, Antonietta intenta profundizar en la personalidad de Gabriele dejándose llevar por su amabilidad. En una escena propicia para ello, ambos suben a la azotea a tender la ropa. Antonietta tiene que cumplir con su papel de ama de casa y madre de seis hijos, y Gabriele le ofrece su tiempo para ayudarla. Arriba, entre banderas nazis alemanas y estandartes italianos, se produce una disparatada conversación que empieza con sonrisas y termina en un beso. La inapetencia de Gabriele frente a las muestras de amor de Antonietta son evidentes, por lo que ella acaba desoriéntandose del todo. En un arrebato de orgullo intransigente, él acomete un speech sobre la dignidad humana, la opresión y su no adecuación a la hombría fascista. En el rellano de ese bloque de apartamentos retumba la voz rebelde de Gabriele, quien busca a gritos a la portera para declararle su condición de homosexual mientras Antonietta cierra la puerta de su apartamento escandalizada por la locura de Gabriele.

Antonietta y Gabriele en la azotea del edificio

En la azotea del edificio

Al cabo de unos minutos, él vuelve a su casa. Ella ha recapacitado y siente la necesidad de regresar para pedirle disculpas. Acepta su gesto y la invita a pasar. Gabriele prepara dos frugales tortillas y hablan del problema que supone tener que aparentar ser lo que no se es. Recuerda que una amiga de la radio se hacía pasar por su novia y él por su novio, que se amaban locamente, pero que el canal que él tenía para mostrarse como tal era erróneo. Enumera la catástrofe de ser un camaleón por temor a ser destituido -como así finalmente sucedería- o marginado de una realidad social que, ya desde su definición, adolecía de los cimientos del fascismo intransigente e intolerante. Es en ese momento cuando Antonietta alza la voz y se descubre frente a su vecino del sexto piso. Confiesa que es mujer en el silencio, no se siente amada y no habla nunca con su marido, cuyo mayor logro es frecuentar, al parecer, burdeles donde alquilar mujeres de compañía. En una de esas ocasiones, Antonietta logró interceptar una carta de una tal Laura, una mujer instruida. Casi no puede continuar hablando sin confesar que se siente estúpida, cuando de repente se derrumba lacrimosa en los brazos de Gabriele. Pero el dolor del instante empuja a Antonietta a persistir. Él le habla, le escucha, le atiende, le cuenta, incluso consigue hacerla reír…, cosa que en ningún otro momento de su vida ha podido experimentar. Las lágrimas son la cálida bienvenida de la consumación de su amor, y al yacer juntos en la cama suena -ácidamente compuesto por Scola- la voz radiada de la marcha que dice «¡Führer!¡Führer!«.

Gabriele no puede resistir el amor de Antonietta

Gabriele no puede resistir el amor de Antonietta

«È stato bello, ma questo non cambia niente» [Ha sido hermoso, pero esto no va a cambiar nada], responde Gabriele. Es tal vez el momento en el que la película se olvida del relato histórico para centrarse en la poesía intimista. Algunos pensarán que no es así, que la intención de Scola es la de ser obsesivo con la historia para desmontar la fragilidad de la fuerza del hombre oprimido, y también. Pero estos últimos diez minutos son una delicia de la poesía visual. La marcha ha llegado a su fin y todos vuelven al redil. Ellos por su parte se despiden en la puerta como dos adolescentes y esa misma vibración continúa intacta hasta el final de la cinta. Antonietta atraviesa el bloque por la azotea hasta llegar a la puerta de su casa. Allí espera intranquila con la certeza de que no la han visto. Mientras, Cecilia recibe a toda la concurrencia para saludarlos y despedirlos. Ahora sabemos que la radio que Scola utiliza a lo largo de toda la película, es la suya. Es ella quien ha estado escuchando el acontecimiento con atención marcial. Para entonces, los hijos y el marido de Antonietta llegan a casa y comentan impresiones; todos están cautivados por la marcha, incluso su marido, para quien el festival fascista ha resultado ser histórico. Antonietta se pierde en sus pensamientos, se abandona a la melancolía y las distintas voces de la familia se superponen unas a otras para que sepamos -marca exclusiva Scola- que esa conversación no es importante, que lo esencial se esconde en la mente de Antonietta y que ella es quien hace girar la cámara, el mundo, las circunstancias (de su propia vida). Mira por la ventana y ve a Gabriele preparar el equipaje. Dos señores trajeados aguardan con paciencia. Se va. Se lo llevan. Lo deportan. Lo destierran. Lo expulsan. Lo anulan.

Antonietta mira por la ventana en busca de Gabriele

Antonietta mira por la ventana en busca de Gabriele

Y Antonietta sólo puede asistir a la crónica de una desaparición no deseada. Ettore Scola acentúa este momento con un movimiento de cámara realmente formidable, tal vez uno de los mejores ejemplos de neorrealismo en su producción. La cámara, al igual que la mano, el corazón o la vida, vibra, da tumbos de un lado a otro, no encuentra el equilibrio pero lucha por sostenerse firme. Dejando a un lado el dato temporal, estamos ante un cine traspasado por el devenir existencial. Porque el fascismo como vómito, si no se lo llevó todo, fue casi todo lo que acabó ahogándose en él. Incluidas las personas. Los brazos que sostienen esa cámara traducen ese bamboleo como el guitarrista que pellizca un traste para hacer sonar la melodía.

Antonietta recuerda la lámpara que Gabriele arregló sin perder de vista la lectura de Los tres mosqueteros de Dumas

Una imagen pictórica. Antonietta recuerda a Gabriele a través de la lámpara de «Los tres mosqueteros» de Dumas

Y así se va despidiendo ella de la película y de su vida. Así. Tirando por tierra el amor más soberbio de cuantos ha conocido, pero sabiéndose una mujer nueva. Los tres mosqueteros de Dumas mantendrán vivo el recuerdo imborrable de ese ser humano que insistió en que leyese. Quién sabe si ese libro no es el símbolo de la libertad cuando ella lo abre y pronuncia el nombre de Don Quijote.

Desde una ventana a otra ventana (after Baudelaire)

Desde una ventana a otra ventana (after Baudelaire)

El último movimiento de la cámara es el seguimiento distanciado de Antonietta, que enfila el pasillo y apaga todas las luces. La cámara no consigue avanzar, pero mira con atención a la protagonista. Ésta se desviste y, gracias a un tenue rayo de luz que atraviesa una de las habitaciones, vemos lentamente cómo se descalza y se desnuda. La historia se ha consumado de nuevo, pero esta vez con cierta esperanza. Queda el recuerdo y el amor y las palabras. Y un libro sobre la mesilla.

Ps [a modo de anécdota]. El papel de la hija pequeña de Antonietta está interpretado por Alessandra Mussolini, nieta del dictador y sobrina de Sophia Loren. A día de hoy, no sé cómo interpretar el dato.

Ficha técnica de la película (IMDb)

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George Kubler /// Interpretación(es)

George Kubler (New Haven, 1983) / Fuente: Howard-Tilton Memorial Library (Nueva Orleans)

«La contribución especial del historiador es el descubrimiento de las múltiples formas del tiempo. La misión del historiador, al margen de su erudición especializada, es representar el tiempo. Traspone, reduce, compone y colorea un facsímil; como el pintor que en la búsqueda de la identidad de su asunto tiene que descubrir un conjunto de propiedades modeladas que permitirán reconocerlo aunque transmita una nueva percepción. Difiere del anticuario y del curioso investigador tanto como el compositor de nueva música difiere del ejecutante de conciertos. El historiador compone un significado de una tradición, mientras que el anticuario sólo recrea y reproduce, en formas ya familiares, una oscura fracción del tiempo pasado. A no ser que sea un analista o un cronista, el historiador transmite un modelo que fue invisible a los protagonistas cuando lo vieron, y desconocido a sus contemporáneos antes de que él lo revelara.»

George Kubler, La configuración del tiempo, Madrid, Nerea, 1988 (1962), pp. 69-70

In Memoriam George Kubler (Antonio Bonet Correa)

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InMediTerraneum ’13

© Lola Iglesias

Slowtrack © Lola Iglesias

A finales del mes pasado se celebró la cuarta edición de In Medi Terraneum, el Festival Internacional de Videoarte que se desarrolla a la vez en Argentina, Uruguay, Colombia, Grecia, Italia y España. Esto fue lo que dio de sí. 

Nunca más que ahora se hace necesaria una cultura alternativa. Los medios disminuyen y la demanda se multiplica. Es un hecho. La cultura importa. Con matices de distinta índole, evidentemente, pero siempre entendida como un oasis en mitad de un desierto que ahora viste los ropajes de una feroz crisis financiera, que no es sino el resultado lógico del escapismo y la aglomeración de ladrones de guante oscuro en un mismo lugar que hemos convenido en llamar civilización democratizada. Nada más lejos de la verdad, aunque no seré yo quien haga acopio de esputos y miasmas en un intento forzado por explicar toda esta amalgama de inocencia, maldad y cobardía. No señor.

Me propongo escribir de arte y espíritu colaborativo, de oxígeno sin camisas de fuerza, de proyectos fantásticos que se suceden en algunas ciudades, vengo a hablarles, en definitiva, de esa fórmula tan en alza (y esperemos que no por mucho tiempo más) del “por amor al arte”. El amor lo encarnan las personas y de la traducción plástica se encarga el videoarte. In Medi Terraneum es un Festival Internacional Simultáneo de Videoarte que nació en 2010 y cuenta en su haber cuatro ediciones. Su última edición tuvo lugar los pasados días 28, 29 y 30 de noviembre. El formato es sumamente original, ya que incidiendo de manera más o menos transversal con focos estratégicos en los que no confluyen los circuitos patronímicos del arte contemporáneo, se presentan tres jornadas por y para el videoarte, con proyecciones de las piezas, master classes, talleres donde desarrollar técnicas creativas digitales derivadas del Art Media, este año además estaba el primer Foro en España sobre la materia…, para clausurar la cita con una sesión simultánea de DJ y VJ donde se aprovechaba para contactar con los distintos puntos del mapa convocados.

Las sedes son seis: Argentina (Córdoba), Colombia (Bogotá), España (Madrid), Grecia (Atenas), Italia (Favara) y Uruguay (Montevideo). Según fuentes del Festival, este año han concurrido a la convocatoria centenares de obras, lo que ha incrementado el valor de la visibilidad de los seleccionados. Por lo tanto, un total de ocho piezas de videoarte (contando dos menciones especiales) que nada tenían en común entre sí. Buen principio. “La cultura es el lugar de la búsqueda de la unidad perdida. En esta búsqueda de la unidad, la cultura, como esfera separada, está obligada a autoaniquiliarse”, decía Debord en su ensayo sobre La sociedad del espectáculo. No sabemos si a autoaniquilarse, pero lo que sí sabemos es que se trata de un acto efímero. Efímero en tanto reproductible, que diría esta vez Walter Benjamin. El videoarte, más que cualquier otro arte, refleja de manera fidedigna el paradigma de las sociedades actuales.

Se trata de una manifestación inmediata, breve e impactante. Cada vez más, el consumidor se ha mostrado más proclive al presentismo, a esa fiebre de la velocidad que no permite detenerse ante nada, ni ante el tiempo. El videoarte es, en este sentido, un espejo donde vernos reflejados. E incluso, así y todo, resulta curioso que todavía cueste tanto esfuerzo integrarlo en algunas exposiciones de mayor calado. Desde IMT se propone una integración sin fricciones, un sistema de adecuación a la medida de la norma sin desbaratar por ello el discurso del arte, que es en última instancia lo que importa. ¿O no? El lugar que acogió estas dos primeras jornadas fue La Trasera, el legendario espacio expositivo de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, aunque para la traca final había preparada una sorpresa.

Las obras seleccionadas se debatían entre el esteticismo decadente de First Rust (Katerina Katsoura, Grecia) que planteaba la percepción la vejez por parte del ser humano; el preciosismo de Lost in a glass of water (Cinzia Sarto, mención especial de Italia) que nos inundaba a través de un mapa sonoro acuoso y delicado; el discurso árido y antipático de los lugares no transitados dentro de la ciudad (Calixto Ramírez, Italia); pasando por el vídeo de carácter crudo y documental como Über uns / Sobre nosotros (Javier Velázquez Cabrero, España) cuyo contenido hiela dada su rabiosa actualidad, la de personas integradas que se ven obligadas a pedir ilegalmente en un vagón de metro aprovechando el despiste de la seguridad privada de los transportes públicos, sólo que ahora se ha escogido a un padre de familia español y se han trasladado con él al metro de Stuttgart para recaudar en un día la cantidad que se abonaría después al Tesoro Español como tributo del pueblo alemán. También pudieron verse piezas como las de NobodyLovesMe (Diego de los Campos, Uruguay) en las que una Barbie acaba siendo presa de su propio petróleo, La habitación infinita (Christian Delgado; Nicolás Testoni, Argentina) o Utopila #2 (Diego Alejandro Garzón, Colombia), amén de otra sugerentísima mención especial, la de Colombia, firmada por Tatyana Zambrano y Roberto Ochoa con el título de Clutch.

© Mario S. Arsenal

En el espacio La Trasera (BBAA) © Mario S. Arsenal

Mejor no lo pudo resumir Jean-Luc Nancy: “Estar en el mundo es todo lo contrario de estar en un espectáculo”. Estar en el mundo, el famoso in der Welt sein de Heidegger, cuya traducción no ha encontrado aún consenso entre los estudiosos, es estar dentro, mientras que estar en un espectáculo es estar delante. Tal vez el videoarte nos arroja a ser parte del espectáculo sin capacidad de involucrarnos, tan sólo como agentes contemplativos. Pero convendría no olvidar que ya nos empuja a reflexionar desde la frustración que nos produce, que ciertamente no es poco. He aquí el modo para diferenciarlo de un sencillo anuncio de televisión en el que dicho espacio queda, este sí, tiránicamente aniquilado por completo. Sin embargo no es momento de deslindarnos por esos derroteros, así que dejamos la cuestión para sociólogos o antropólogos del arte.

Viernes y sábado tuvo lugar el Foro, un espacio de encuentro y debate que congregó a algunos artistas y distintos agentes del arte contemporáneo. Entre lo más señalado, la presencia de dos colectivos estéticamente opuestos como son Paupac Azul LRM Performance. Mostraron sus trabajos y finalmente llegaron a crear un diálogo en abierto con sus distintos modos de concebir la creación audiovisual. Si los primeros acaban confiando en el marco porque su producción está pensada desde el soporte de auriculares y pantalla, los segundos pretenden romper con dicha ley y expandir su experiencia artística más allá de un monitor pixelizado. Interesante confrontación de elementos estéticos. Pero también hubo tiempo para charlar con Semíramis González Javier González Panizo, ambos residentes del arte contemporáneo, si bien habitantes desde muy distintas perspectivas.

Con ellos hablaron sobre videoarte, sobre referentes, sobre el significado de todo este embrollo conceptual, y quedó patente una cosa. Todavía no está muy claro qué es arte y qué es vida, y si el arte es una u otra como defendió maravillosamente Thomas Mann, o si la vida no es arte como propugnaba Wilde… En fin, como decía antes, a la vista está, un embrollo de tres pares de narices, pero siempre enriquecedor en cuanto vivo (esto no lo diría ni Benjamin ni Debord ni Nancy).

Digna de mención es la master class que Antonio Muñoz Carrión, catedrático de Sociología de la UCM, nos regaló en esa gélida mañana de viernes. El eje desde el que pivotó su intervención fue el “fuera de lugar”, quién sí y quién no está en el ámbito, los motivos, las razones, las causas, en fin, un recorrido de enfoque antropológico que ayudó a los madrugadores a entrar en calor sináptico. Después Andrés F. Duarte impartió un taller de introducción sobre Arduino y Puredata, distintos hardwares que todavía nos parecen propios de la ciencia-ficción, con un sinfín de posibilidades y de aplicaciones live. Algunos aún tenemos visiones con alguna de las herramientas que utilizó, como el acelerómetro, una piececita de apenas 2 cm con la que conseguía manipular analógicamente el movimiento de maquetas 3D y viceversa. Un tipo de magia extraordinaria, vaya. Pero aquí no termina todo.

© Mario S. Arsenal

Montaje general en La Trasera (BBAA) © Mario S. Arsenal

El sábado la sede de IMT en Madrid se trasladó a Slowtrack, un espacio híbrido a medio camino entre una galería de arte y un centro de exposiciones en el que todavía hay hueco para descansar en la cocina o ver obras de arte en alguna de sus habitaciones. Un lugar verdaderamente sugerente que les recomendaría no perder de vista. El patrocinador falló, lástima, pero no así lo más importante: la gente. Como les decía, la cultura importa. Si no, ¿cómo demonios se explica que se reúna tanta gente en un mismo lugar para ver piezas de arte que podría ver en su casa? ¿El fenómeno de las redes social acaso? No lo creo.

El directo emociona, el tacto entusiasma al ser humano y el sabor de la compañía siempre es un valor en alza por más que nos empeñemos, por poner un caso, en el desarrollo tecnológico de mensajería privada con drons. En fin, mundo hipermoderno aparte, la sesión dio comienzo con conexiones en Favara (un pueblecito en la provincia de Agrigento, al sur de Sicilia), Córdoba y Bogotá. En Atenas hubo algún imprevisto logístico que dificultó la conexión, pero fuentes del evento nos confirmaron que una vez más esta sede se erigió en la más dinámica del Festival. Imagínense a más de 200 personas bailando con auriculares, en silencio, disfrutando al unísono sin palabra alguna. Eso fue Atenas, pero desde el resto de ciudades, nos quedamos sin verlo. La clausura en Madrid corrió a cargo de DJ Vulker y Kurly VJ que proyectaron simultáneamente los vídeos seleccionados.

En definitiva, qué sabemos nosotros de la veracidad de las teorías de Benjamin, Debord o Nancy. La necesidad se apodera de todo, incluso del arte. No gozamos de ningún paraíso prometido en el que resguardarnos del frío, alternativas como estas son de lo mejor que está produciendo este terrible momento financiero. Y todavía hay más, porque mientras otros certámenes cobran su entrada diaria, en IMT mantienen su filosofía no lucrativa permitiendo el acceso gratuito los tres días del festival. Más alto no lo puedo decir. Larga vida al arte y a la gente que lo ama.

Artículo publicado en El Asombrario & Co.

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Zbigniew Herbert /// Interpretación(es)

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Zbigniew Herbert en su estudio.

«Como si la separación entre sujeto y objeto no existiera, el artista no se encaraba con la naturaleza para sondearla mediante la geometría, sino que formaba parte del cosmos al igual que el árbol, el agua y la piedra, era el punto de encuentro de los cuatro elementos y nunca le pasó por la cabeza que fuera un creador, una criatura excepcional e inspirada.

»Sólo unas pocas obras de arte han llegado hasta nuestros días en su pleno esplendor. Es sorprendente -y la sorpresa es agradable- que hayan subsistido tantas muestras del talento y de la sensibilidad del hombre. En el jardín del arte hay un gran hospital lleno de formas mutiladas y moribundas. Las potentes piedras molares del tiempo trabajan implacables. Así pues, mientras me paseaba por las salas del museo de Heraclión como quien recorre las habitaciones de un hospital, intentaba encontrar en aquellos frescos antiguos la belleza de la juventud. Al igual que los enfermos, las obras de arte esperan nuestra misericordia y nuestra comprensión, y si se las escatimamos se marcharán, dejándonos solos.»

Zbigniew Herbert, El laberinto junto al mar, Barcelona, Acantilado, 2013, pp. 17-18.